El grito que la afición propia usaba para loar las victorias y la rival para justificar con suspicacia arbitral su constancia, terminó por rebelarse en contra del Real Madrid.

Aquello de “Así, así, así gana el Madrid” lució tan claro en las últimas ediciones de la Champions League, que hasta la directiva merengue terminó por convencerse de que hiciera lo que hiciera el éxito era inevitable, cual si se tratara de un destino sellado por la divina providencia.

Borracho de alegría en las noches de Cardiff (2017) y Kiev (2018), el presidente Florentino Pérez se fue convenciendo de que, sin importar lo que ajustara o abandonara, lo mismo su plantel se iba a volver a coronar.

Ya podía guardarse el dinero para rehacer el estadio (algo que tampoco resulta atípico, el Tottenham lleva dos años amortizando su nueva casa con el ahorro derivado de no fichar). Ya podía ir cediendo sin reemplazo a jugadores de primerísima trascendencia (James, Morata, Pepe, Kovacic). Ya podía incluso aventurarse a malvender al futbolista más trascendente en la historia contemporánea del club, como sin duda lo ha sido Cristiano Ronaldo. Ya podía indicar cual césar, pulgar arriba, que el nuevo proyecto tenía que basarse en Gareth Bale, como si un dedazo bastara para que los músculos más vulnerables se hicieran fuertes. Ya podía poner rostro de capricho infantil, con aquello de “Neymar o nada”. Lo mismo daba, porque la historia reciente le malacostumbró a que no importaba cómo iniciara el certamen, el mes de junio solía ser feliz.

Un Madrid tan pendiente del futuro (fichando en Brasil por decenas de millones a los candidatos a dueños del 2025), que descuidó el presente. Renuencia a la autocrítica que pudo desencadenar la salida de Zinedine Zidane: si ni con tres Champions seguidas se escucharía y respetaría su opinión, es porque en la cúpula madridista no se escucha ni respeta nada de lo que nadie pueda decir.

Sin embargo, en Kiev pasó mucho más que otra corona europea: sí, fue llamativo lo sucedido en lo estrictamente verbal, con Cristiano adelantando que cambiaría de equipo y Bale amenazando que se iría de no ser titular; pero mucho más, lo acontecido en la cancha: ese Madrid que naufragó en la liga española, fue campeón de Europa tras la exhibición más pálida que se le recuerde; dos errores bochornosos del portero rival, más la pronta lesión de la estrella que más le amenazaba, posibilitaron que un proyecto decadente se maquillara con otro trofeo.

Si Florentino no hubiera asumido tan automático como providencial aquello de “Así, así, así gana el Madrid”, esa noche hubiera tomado decisiones: aferrarse a los 50 goles anuales de Cristiano; asumir que por bella que hubiese sido su chilena, no era recomendable colgarse de la fragilidad de Bale; confiar en Zidane; invertir algo del guardadito para el estadio a fin de mejorar un plantel oxidado; en lugar de eso, compró justo lo que no hacía falta (un portero) y pescó entrenador destrozando a la selección.
Visto bien, raro sería no estar como se está.

Twitter/albertolati

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