Qué fácil es enterrar el hacha y hacer una soflama “internacional”. La declaración de Arnaga el pasado fin de semana, en la frontera entre España y Francia, donde la organización terrorista ETA escenificó su desaparición, fue patética. Sí, con cada uno de sus fonemas.

Tan sólo el hecho de escuchar frases o palabras que se dijeron allí como “el conflicto vasco”, “el conflicto político”, “reconciliación” o “momento histórico para toda Europa” explica que no hay una idea de lo que se vivió en España bajo el terror de ETA. Esto es independiente de lo que diga el delegado de Kofi Annan, Gerry Adams, líder de los separatistas irlandeses del Sinn Féin o el mismísimo Cuauhtémoc Cárdenas, que fueron “testigos” del fin de ETA. Ahora resulta que los terroristas de ETA se han vuelto buenos.

Claro, ninguna de estas personas vivieron los años 80 y 90, cuando un día sí y otro también ejecutaban a guardias civiles, policías, políticos, magistrados, periodistas y así hasta casi 900 inocentes. Por cierto que 350 de esos asesinatos están sin resolver.

Nadie se acuerda de los muertos ni de los 800 secuestros, ni de las extorsiones ni del ostracismo de más de cien mil vascos que tuvieron que marcharse de Euskadi, debido a la extorsión de lo que denominaron el famoso impuesto revolucionario, que no era otra cosa que una extorsión de una mafia gansteril para sufragar a los terroristas cobardes que disparaban por detrás porque no tenían el coraje de que la víctima pudiera defenderse.

En los comunicados que ETA ha emitido en los últimos días no pide perdón a las víctimas. Y no sólo eso. Dice que seguirá con la lucha pacífica para conseguir una Euskadi libre del Estado Español.

Es vergonzoso y hasta irracional. Menos mal que el gobierno y las fuerzas políticas –menos los populistas de Podemos– no se presentaron por aquella casona de la localidad francesa de Cambo donde se firmó esa humillación que quedará en la vejación de la historia de unas personas que jugaron a ser terroristas, pero que se quedaron en eso, en cobardes terroristas de salón que no consiguieron nada, más allá de matar a cerca de 900 personas.

No me extraña que las víctimas no quieran hablar del tema y muchos renieguen de esta “paz”. Se sienten traicionados. Resulta una felonía en toda regla, mientras lo que siguen buscando los ahora “políticos” de ETA son prebendas. El Presidente vasco, Iñigo Urkullu, ya le ha pedido al Presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, que acerque a los presos vascos a las cárceles de Euskadi aprovechando que ETA se ha disuelto y ya no mata. Lo que hay que escuchar.

ETA es el peor cáncer que ha vivido España en los últimos 60 años. No existe consuelo para tanto sufrimiento. Además, tampoco olvidamos una cosa. Después de todo este esperpento que han creado con su “paz”, se encuentran las mismas ansias de secesionismo del País Vasco con respecto de España. Se trata de una especie de Cataluña dos, solamente que en versión vasca.

Cuidado que vienen curvas y el camión puede volcar.