De ninguna manera fue la primera gran ejecución de media tijera ni, mucho menos, el primer gol con dotes acrobáticas.

Sin embargo, lo que a la distancia hace tan especial al remate de Manuel Negrete frente a Bulgaria en México 86, pudo ser su capacidad para de alguna manera anticipar el futuro: un gol propio de los videojuegos de la actualidad, en épocas en las que las consolas se limitaban a animaciones del todo desapegadas de la realidad en carne y hueso. ¿Qué hiciste? Apretar el botón de la derecha dos veces y luego el de la izquierda, hasta que el muñequito voló y le pegó.

Esa imagen de Negrete dominando el balón a unos metros del área búlgara, tocando por arriba para Javier Aguirre y éste a su vez devolviendo por los aires: como si de futbol playa se tratara o como si la superficie estuviera tan maldita que la esfera tuviese prohibido botar. Meritorio como derroche de talento, mucho más incluso como recurso, especie de lance de capoeira por su exigencia física, precisión, ritmo y velocidad.

Aunque Aguirre, con su manera habitual de restarse importancia, suele insistir que su pase fue tan malo que obligó a Negrete a hacer algo así de sofisticado, pocas veces se contempla un gol de esa estirpe que sea resultado del futbol como arte colectivo.

Grandes anotaciones en la Copa del Mundo hemos visto muchísimas. Entre la de Pelé en la final de 1958, tras hacer sombrerito y rematar de volea, y la de Diego Armando Maradona ante Inglaterra en 1986, tras driblar a media selección rival, hay numerosas obras cuyas repeticiones nunca nos cansaremos de observar.

Me parece injusto o incluso absurdo el poner a competir a los goles como ha hecho la FIFA. No obstante, puestos a ello y entendiendo que se efectúa porque supone demasiado interés, el de Negrete no le pide nada a ninguno de los demás: plasticidad, altura, colocación, técnica, inventiva, agilidad también de mente.

Parte de ese oleo sobre tela incluye al siempre férreo Aguirre jalándole el pelo y dándole un golpe en la cabeza, lo mismo que a Miguel España lanzándose desde la tercera cuerda para llevar al suelo a quienes todavía de pie festejaban.

Momento cumbre que, por si le faltaran elementos, encierra para México otros dos simbolismos: por un lado, la última vez que el Tricolor actuó en Copa del Mundo en el Azteca; por otro, nuestra única victoria mundialista en duelo a eliminación directa.

Ahí radica el mayor lastre de nuestro balompié: que nunca, salvo por ese 15 de junio de 1986, hemos sido capaces de ganar un cotejo definitivo en Mundial. Superado México 86, el Tri se ha atorado en octavos de final siempre; abriendo los torneos casi siempre de forma ilusionante, ganando partidos de primera ronda, pero ahogándose en algún punto sea por los cambios guardados, el túnel de Lara, el golazo de Maxi o el error arbitral, todos síntoma de lo mismo: no saber ganar.

En 1986, Manolo Negrete nos llevó volando hasta el quinto partido. Un gol que anticipó el futuro de los videojuegos, mas no el de nuestra selección: ese día fantaseamos con que, al fin, avanzábamos hacia la élite del balón, borrachos de gloria con un gol del tamaño de nuestra casi nunca correspondida pasión.

Twitter/albertolati

 

 

 

JNO

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