Después del retiro y con unos días de introspección para poder bajar la experiencia de todo lo vivido, te describiré lo que fue un día de silencio desde el amanecer hasta el anochecer. Ese día se convirtió en un encuentro íntimo conmigo misma. Sentí que, al callar mi voz, comenzaba a escuchar con más claridad lo que desde el interior susurraba desde hace tiempo, pero no entendía.
Cada paso, cada respiración y cada mirada se volvió más consciente, más sagrada. Fue un recordatorio de que cuando la vida se aquieta, el alma por fin tiene espacio para hablar. Terminé el día con el corazón más ligero, la mente serena y una gratitud profunda por haberme permitido pausar y simplemente fluir sin expectativas.
El silencio no es ausencia de sonido, es la frecuencia base donde nace toda la geometría vibracional, donde el ruido mental cesa y las ondas del corazón se sincronizan con el momento presente y abriendo el espacio a la atención plena.
El silencio es el que te permite conectar con tu propia verdad, te muestra el camino para confrontar tus traumas y miedos, te permite alinearte con el pulso de la vida. Te sintoniza con la vibración del corazón, que, en coherencia con las ondas del pensamiento, genera pulsos eléctricos que influyen en el entorno y elevan la frecuencia colectiva, eso es lo que percibí cuando todas nos convertimos en una.
Al escuchar mi propio latido y mi pulso, inicié un tipo de metamorfosis. Comenzó a ordenarse mi frecuencia y concluí que: ya no tengo nada que decir, no estoy intentando convencer a nadie de quien soy, ya no estoy luchando porque los demás reconozcan mi valor.
He encontrado paz en el silencio, he dejado de ser prisionera de la necesidad de demostrar quién soy o de arreglar algo que nunca fue mi responsabilidad, he descubierto un nuevo tipo de fuerza, una fuerza silenciosa que nace del reconocimiento de que mi valor no depende de la validación externa. Es en el silencio en el que encontré mi propia voz y esa voz hoy... habla más fuerte que nunca.
Estoy cambiando de forma, he cambiado de parecer, los cambios se sienten como un cambio de piel, cuando comencé el proceso hace dos meses, esto dolía y dolía mucho. Hoy volteo y reconozco que era hora y así tenía que ser.
Me gusta saltar al vacío sin paracaídas, con solo mi propio latido, no me aferro a creencias, no soy presa de mi mente, ni mendigo pertenencia.
Hoy observo con más gusto a la gente libre, los que andan por la vida siendo y se transforman tanto que no hay otra opción que conocerlos de nuevo, no le temen a lo que digan, no se casan con pensamientos, son valientes por desafiarse, son amantes del paso del tiempo y como el árbol que cambia hojas son pura vida en movimiento.
Mi conclusión y discurso hacia mi comunidad:
Cuanto más sanas, más fuerte y con más autoridad te sientes, y ya no te va a molestar el precio a pagar, ¿cuál? Aceptar que en algunas relaciones y para muchas personas, serás la gran villana, la que incomoda con sus palabras y la que impacta con sus decisiones, pero no porque seas cruel, sino porque la luz que nace producto de tu trabajo interior incomoda a quienes rehúsan mirarse.
Tu mejor versión no será para todos, te costó demasiado regresar a ti, y ahora tu tarea es simple y sagrada: protege lo que eres. Así que, con seguridad, sé exigente con quien golpee la puerta de tu vida, tu luz la merece quien te destelle igual.
Con cariño: Marcela.
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