Pocas excepciones se han dado a los límites geográficos de cada confederación de futbol; está el caso de Israel, inscrita en la UEFA al no ser reconocida políticamente por buena parte de sus vecinos y existir riesgo en sus eventuales cotejos eliminatorios o a nivel de clubes; está Kazajistán, ubicada en Asia Central, pero que tras jugar unos años en la Confederación Asiática, se mudó futbolísticamente a Europa en virtud de una cláusula que lo permitía para todas las ex Repúblicas soviéticas; y está Australia, que cursó un proceso legal para demostrar que si Oceanía no ofrecía un boleto mundialista completo, tenía derecho de buscar su calificación en la vecina Asia.

 

Lo de México con la Conmebol siempre fue diferente. Primero, porque se trata del único continente dividido en dos confederaciones. Segundo, porque consiguió algo impensado para el resto del planeta: integrarse a Sudamérica para lo que le es conveniente (Copa América y Copa Libertadores), aunque mantenerse al margen para lo que le expondría a cierto riesgo (eliminatorias).

 

Por poner un paralelo con otro futbol que vale muchísimo dinero en patrocinadores y derechos televisivos, Japón ya quisiera participar en Eurocopa y Champions League, pero continuar peleando por su sitio mundialista ante Filipinas, Qatar, Bután, Tailandia; justo lo que logró México: ser dueño de lo mejor de dos mundos.

 

Tal preámbulo nos permitía pensar que los clubes mexicanos sólo dejarían la Copa Libertadores a través de una despedida (es decir, por decisión de la voluble Conmebol) y no mediante una voluntaria renuncia.

 

Por supuesto que la convivencia con dos confederaciones tan afectas a saturar el calendario no es sencilla; eso ha propiciado que en las dos últimas Copas América (2011 y 2015), el Tri deba llevar convocatorias juveniles o de elementos alternos.

 

Sin embargo, ésa no ha sido la razón de la ruptura con la Copa Libertadores. Por un lado está el absurdo calendario planteado desde Sudamérica –lo que, evidentemente, es su derecho, como el de la Confederación Africana de efectuar su campeonato continental en pleno enero y desvalijar a mitad de torneo a los planteles en Europa. Por otro, que la Liga MX tampoco puede dar lecciones de calendarización o de ir acorde con la vanguardia del balón, que es Europa: una temporada que incluye dos torneos, dos liguillas y dos copas, cada cual con fase de grupos al inicio, además del desastre temido a cada diciembre en caso de que quien vaya al Mundial de clubes califique a la final nacional.

 

En términos de planeación, se juntó el hambre con las ganas de comer y las víctimas fueron dos: económicamente, Conmebol que no hallará en ningún sitio ese dinero (se estima que hasta 40% del valor de su torneo); deportivamente, los equipos mexicanos, despojados de ese fogueo, ese laboratorio, ese espacio de crecimiento.

 

Esta historia termina y deja momentos sensacionales: tres subcampeonatos y otras cinco semifinales; duelos épicos ante Boca, Inter, River, Sao Paulo; niños que en Sudamérica se graduaron; equipos que unieron al país; grandísimos futbolistas en nuestros estadios.

 

En el planeta FIFA, donde 99% exclama con gozo o resignación aquello de “aquí nos tocó jugar”, México fue la excepción y por voluntad propia dejará de serlo; el Libertador que quitaría cadenas a muchas de las limitaciones de nuestros futbolistas no se escapa: lo hemos corrido.

 

Twitter/albertolati

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