La persistente resistencia de la inflación en México ha sido un tema central en el panorama económico nacional, encontrando su fuerza en la sólida demanda interna que ha caracterizado al país. Sin embargo, un nuevo factor está emergiendo en el debate económico con creciente atención: las condiciones climáticas adversas.

La preocupación sobre el impacto inflacionario del cambio climático ha tomado gran relevancia en México, tanto que la mayoría de los miembros de la Junta de Gobierno de Banxico lo mencionaron en la minuta del segundo anuncio monetario del año.

Cabe mencionar que de acuerdo con el último informe del monitor de sequía, el 93.6% del territorio mexicano presenta algún grado de sequía, un dato que no sólo refleja una realidad preocupante en términos ambientales, sino que también plantea interrogantes sobre su impacto en la economía y el gasto de bolsillo de la población.

En particular, las sequías y las altas temperaturas están comenzando a perfilarse como un potencial problema en la lucha contra la inflación. El impacto directo se observa en el incremento de precios de productos como frutas y verduras, mismas que han presentado incrementos mensuales de hasta un 3.94%, y tasas anuales que sobrepasan el 18.57%, marcando un máximo para el mismo mes desde 2021, según datos del INEGI.

Esto no sólo afecta a sectores clave para la economía, sino que impacta esencialmente a los hogares mexicanos. Ante ello, expertos del Departamento de Economía de la Universidad de Massachusetts, han señalado la posible correlación entre la sequía en las regiones agrícolas y los altos índices de inflación; una situación que plantea un escenario donde el clima adverso está ejerciendo presión sobre los costos de producción, impactando directamente en los precios al consumidor.

No obstante, es posible que la complejidad de la situación se vea amplificada por la actuación de intermediarios, quienes podrían elevar los precios de alimentos frescos a niveles injustificados, provocando aumentos que afectan directamente el poder adquisitivo de las familias y agravan los problemas inflacionarios.

En este marco, se debe reconocer que la sequía no sólo afecta los precios de productos agrícolas, sino que también tiene implicaciones en la producción ganadera y la disponibilidad de agua para uso urbano y doméstico. Las presas agrícolas presentan un nivel de capacidad de almacenamiento del 53.3%, mientras que las presas urbanas apenas alcanzan el 29%, reflejando desafíos adicionales en el suministro de agua para la población.

Ante esta realidad, se torna imperativo abordar no sólo las repercusiones inmediatas en los precios, sino también las causas estructurales que agravan la situación, a través de estrategias coordinadas entre diversos actores. La convergencia de factores climáticos y económicos exige una respuesta integral que salvaguarde tanto la estabilidad económica como el bienestar de la población en el corto, mediano y largo plazo.

 

Consultor y profesor universitario

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