De alguna manera, debemos decir ya es suficiente

Dick Gregory

 

La humanidad se ha ido volviendo cada vez más intolerante al dolor y al sufrimiento. Hoy predomina la idea de que son, incluso, inútiles, prescindibles y evitables.

Se han creado múltiples técnicas en la psicología popular para evadirlos o para aliviarlos sin apenas distinguir uno de otro, ya no digamos entender su función. Entre ellas está el famoso cierre de ciclo, orientado a eliminar el malestar psíquico por relaciones rotas para las cuales no encontramos un fin satisfactorio, proyectos personales inconclusos, metas no alcanzadas, pérdidas no asimiladas, discusiones imaginarias inacabables, situaciones emocionales no resueltas, como cualquiera de las heridas de infancia, entre otras causas; para lo cual se sugieren los siguientes pasos: identificación del ciclo abierto, liberación emocional, perdón, desapego, aceptación y un ritual para ponerle fin al asunto.

No es erróneo como planteamiento; de hecho, es muy racional, y ese es su defecto, porque tiene más de teoría que de solución factible. Veamos ahora las debilidades del modelo: en primera instancia, cada una de las recomendaciones para cerrar ciclos es en sí misma un proceso, no un suceso; cada una conlleva una experiencia íntima que requiere voluntad, tiempo, intención, atención y… dolor y sufrimiento. Por eso es frecuente que la gente se quede atorada en una de ellas o decida saltarse directamente al ritual de cierre.

Y es que el modelo está construido como una receta de cocina, sobre la base de que sus ingredientes están a la mano, son fáciles de manejar, no tiene gran ciencia disponer de ellos en el orden correcto y, por tanto, obtendremos lo esperado en el tiempo deseado. Pero, en la realidad, el resultado puede ser un desastre. Lo mismo aplica para el cierre de ciclos sin acompañamiento adecuado, psicológico o, aún mejor, psicoespiritual.

Así que le pido: no lo intente solo en casa, porque el modelo de cierre de ciclo no solo es ineficaz como receta de alivio emocional, sino omiso en cuanto a la forma en que funciona nuestra psique, entendida como el alma dotada de pensamiento y emoción, actuando en conjunto, consciente e inconscientemente.

Derrumbemos el mito: usted no puede cerrar sus ciclos cuando le pegue la gana, porque su alma tiene sus tiempos y porque, de hecho, ni tiene que, ni debe hacerlo.

Si bien en la vida de cada ser humano se presentan múltiples ciclos, el desarrollo de la conciencia no es cíclico, sino espiral. Es decir, aunque parezca que usted repite y repite las mismas experiencias sin variación, cada vez que lo hace algo cambia, cae aunque sea un cinco en vez de un 20, y hay, por tanto, un avance, por pequeño que sea, aquel para el que usted está preparado en ese momento y no otro.

El malestar que lleve a otro ciclo que se abra será un factor de crisis; las nuevas experiencias lo capacitarán para resolverlo, al menos en parte. Y, ciertamente, ese nudo emocional que no ha deshecho será, a su vez, un claro indicio de lo que debe cambiar, corregir o simplemente dejar ir cuando, repito, esté preparado, porque el problema principal es que, en esta cultura de inmediatez y positividad emocional a ultranza, todo lo queremos fácil y ya mismo.

Queremos evadir, nada más ni nada menos, que al más grande de los maestros espirituales: el dolor, e irnos de pinta de la mejor escuela: el sufrimiento. Los queremos eliminar cuanto antes, porque no sabemos escucharlos, bajo la idea de que no debieran existir. De ahí, incluso, que le llamemos emociones negativas a todas aquellas implicadas en el enredijo mental que armamos para evitarlos.

De lo que se trata, a final, es de estar en paz con nosotros mismos y con todo lo que nos ha sucedido, y la paz siempre conlleva un previo proceso de conflicto que dura no uno, sino varios ciclos, en una espiral de crecimiento espiritual.

 

@F_DeLasFuentes

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