Leticia Cruz dirige AFEECI, A.C., una asociación que fortalece a la niñez y la adolescencia para evitar la callejerización.
Foto: @afeeci. Leticia Cruz dirige AFEECI, A.C., una asociación que fortalece a la niñez y la adolescencia para evitar la callejerización.  

Cerca de la estación Tacubaya del metro de la ciudad, sobre la calle Mártires de la Conquista, se encuentra la asociación civil Adolescencia Feliz Evitando Callejerización Infantil. Es una entrada pequeña, por demás discreta, que se pierde entre el bullicio de los inmuebles que la envuelven a su rededor. Una vez abierta la puerta del espacio, sin embargo, el mundo se expande.

No sólo porque en realidad el lugar es más grande de lo que se aprecia por fuera, sino porque lo que sucede ahí dentro hace que, quien visita el lugar, se expanda. En todo sentido. Pero no es ninguna clase de magia lo que la organización comandada por Leticia Cruz hace, pero su inspiración parece haber sido tocada por el destino. 

Tras ingresar y dar un breve recorrido por las instalaciones, saludar a algunos de los jóvenes que en ese momento se encuentran en actividades y ser arropado por la calidez de todos quienes ahí colaboran, Leticia me recibe en su oficina, un espacio sencillo, de un color que no desea resaltar nada sino la tranquilidad que la también fundadora de la organización transmite cuando me cuenta, sin ocultar detalles, dónde inició todo esto que, recalca, no fue sencillo en sus primeros años.

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“Lo que a mí me inquietaba mucho (fue) que me tocó ver los procesos de algunos hijos de vendedores ambulantes desde que nacían hasta ya más grandecitos”, relata Lety. “Me tocó ver cómo los ponían en una cajita, luego en un contenedor. (…) Entonces, con el tiempo pensé que a esos niños no los consideraría candidatos a niños de la calle”.

Entonces todas esas inquietudes y preocupaciones se materializaron en AFEECI, A.C., por su perseverancia, sobre todo, pero también por la ayuda que amigos y colegas siempre le brindaron. Esto último es algo que recuerda con cariño y gratitud; su voz la delata. Luego continúa contando que fue complejo comenzar a establecer una relación con los vendedores ambulantes, porque eran –quizá son– personas desconfiadas que, entre todos sus quehaceres, hacían a un lado sus obligaciones como padres. Lo enuncia sin juzgar, pues comprende el lugar, las vidas, los procesos.

Entre el recuerdo gris sobre el secuestro que sufrió la organización por parte de la Asamblea de Barrios, en la que saquearon el inmueble y se llevaron muchas de las cosas que, en su mayoría, le habían sido donadas, Lety confiesa jubilosa que entre esa desgracia conoció los versos que dan inicio a “El infante”, un poema de Fernando Pessoa. Y los recita como si se tratase de su mantra: «Dios quiere, el hombre sueña, la obra nace».

Gracias a ello, comenzó, dice, a soñar. Y también comenzó a materializarse el sueño, pues en el entretanto le llegó la buena noticia de que una asociación alemana había decidido dar dinero a la asociación, después otro donativo que permitió la permanencia de Maria, su mano derecha, y más tarde ayuda monetaria de una asociación ubicada en Bélgica. 

“La historia es muy larga”, se interrumpe Lety. Pero no damos mucha importancia al tiempo. Importa cómo fue que nació esta organización que este 2024 cumple dieciocho años desde su fundación, que ha beneficiado a 234 niñas, niños y adolescentes desde que abrió sus puertas formalmente. No ha sido sencillo, asevera Lety. En la pandemia, me dice, estuvieron a punto de cerrar. 2022 fue un año en que vio cómo todo se pudo esfumar en un momento. Pero la vida les volvió a sonreír.

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Todo esto Lety me lo ha contado en un espacio que reservó durante una actividad que Frody, una marca mexicana de helados, ha organizado para los niños y adolescentes de AFEECI, A.C. Les han llevado libros y, claro, helados, mismos que les sirven en el amplio cuarto que hace de cocina y comedor, donde todos los días se sientan a comer lo que describe como muy sencillo, pero saludable. Los libros, por cuestiones de tiempo, se quedan afuera de las oficinas principales, casi a la entrada de la organización. Se encargarán de entregarlos después, no lo dejarán pasar.

Tras intercambiar palabras con otras colaboradoras y de observar cómo todas las personas, de algún modo, se quedan, puedo platicar brevemente con Alberto Hernández, Gerente de Responsabilidad Social de la marca, y me cuenta que tienen cerca de un lustro haciendo estas actividades, en las que no sólo entregan libros (aportados por ellos mismos y sus clientes), sino también juguetes, croquetas y, en octubre, hasta mamografías. “De algún modo cubrimos aquello que las instituciones…”, finaliza, sin completar la frase, “es parte de nuestra identidad”.