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Héctor Zagal
(Profesor de la Facultad de Filosofía en la Universidad Panamericana)

No a todos les gusta la Navidad. Se respeta. Pero eso no justifica que algunos pretendan robársela. Es bien conocida la historia del Grinch y cómo éste intentó robarse todos los regalos de Villa Quién para arruinarle la Navidad a los niños. Por suerte, la pequeña Cindy Lou logró ablandar el corazón del Grinch y, al final, su maldad se redimió.

¿O recuerdan a Jack Skellington? Este esqueleto macabro, célebre por ser el monstruo más aterrador en Halloween, raptó a Santa Claus para hacerse cargo de la Navidad él mismo. En este caso, los niños no se quedaron sin regalos, pero en lugar de recibir dulces y figuras de acción, se encontraron con macabros juguetes que los traumaron.

Pero por sorprendente que parezca, las navidades no sólo han sido usurpadas en la ficción. Ha habido casos en la historia en los que algunos han jugado con esta tradición en favor de sus propios intereses.

Entre muchas otras cosas, la Navidad cambió en Alemania a partir de 1933, cuando llegó al poder el Tercer Reich. El pueblo alemán venía de una tradición cristiana que, sin embargo, chocaba con la atroz ideología nazi.

El nazismo aborrecía la figura de Jesús, porque nació, vivió y murió siendo judío. Aunque algunos ideólogos del nazismo intentaron manipular la Biblia para eliminar la relación entre Jesús y el judaísmo, aquello era imposible. En Navidad, los cristianos celebran el nacimiento del Mesías, desdenciente del Rey David. María y José eran judíos y Jesús asistía al templo de Jerusalén para adorar al Dios de Israel.

Finalmente, el gobierno nazi decidio ir expulsando a Cristo de la tradición nacional. Ello implicaba también modificar la Navidad.

Primero se buscó regresar a las creencias paganas de los antiguos germanos. Se difundió el discurso de que Nochebuena no tenía nada que ver con el nacimiento de Jesucristo, sino con el solsticio de invierno. Además, se reinventó la figura de Santa Claus y se cambió por una especie de Odín montado en un caballo blanco, que se conocía como “el hombre del Solsticio”.

La letra de “Noche de paz” se cambió para ya no hacer referencia ni a Dios, ni a Jesús, ni a la paz. La estrella del árbol se cambió por aberrantes esvásticas y los juguetes para los niños se limitaron a soldaditos, tanques y ametralladoras de plástico. Por si fuera poco, también se les pidió a las madres de familia que hornearan galletas con forma de esvásticas.

En México, también se intentó cambiar la Navidad en 1930, aunque no fue tan aparatoso ni ruin como en Alemania.

La mañana del 23 de diciembre, las calles de la colonia Roma se llenaron de niños camino al Estadio Nacional que se ubicaba en aquella zona. Allí los esperaba una réplica de una pirámide en la que desfilaban sacerdotisas y guerreros mexicas. Entre los rostros conocidos, resaltaba el de doña Josefina Ortiz de Ayala, la esposa del entonces presidente Pascual Ortiz Rubio.

Pero la razón por la que todo ese espectáculo estaba sucediendo era porque un hombre blanco y barbado estaba repartiendo juguetes y dulces a los niños que subieran a saludarlo. No, no era Santa Claus. Se trataba de Quetzalcóatl.

En el afán de imprimir en los niños un sentimiento de amor a la patria, el presidente Ortiz Rubio, aconsejado por uno de sus ministros, quiso cambiar la figura de Santa Claus y, de alguna forma, también la de los reyes magos, por otra que estuviera asociada directamente al país.

Las críticas llovieron por todas partes. Para algunos, se les hacía un sinsentido que la serpiente emplumada fuera representada con un hombre blanco y barbado; para otros, era una ofensa agregar elementos paganos a una celebración cristiana.

La SEP publicó varias circulares para dar a conocer la figura de Quetzalcóatl y éste llegó a aparecer en varias publicidades navideñas. Sin embargo, no fue suficiente para mantener su popularidad y, al año siguiente, regresó el clásico Santa Claus.

Esperemos que este año nadie se quiera hacer el chistosito y lleguen los regalos de quienes se portaron bien adonde tengan que llegar.

Y como ya no nos volveremos a leer hasta después de Navidad…

¡Les deseo muy feliz Navidad!

Sapere aude!

@hzagal

Profesor de la Facultad de Filosofía en la Universidad Panamericana