Luis Valdés- Aguas Blancas Furia. El río que atraviesa el pueblo se desbordó la noche que Otis tocó tierra, hace más de un mes, llevando consigo ganado, cultivos y árboles frutales.   

A dos horas de Acapulco, Aguas Blancas es una comunidad de escasos recursos, cuyos habitantes viven en la incertidumbre debido a que las cosechas se perdieron tras el paso del huracán Otis.

La mayor parte de sus 3 mil habitantes se dedican al cultivo de nanche, mango y coco, entre otros, pero el río de la comunidad se desbordó y arrasó con sembradíos y árboles frutales.

Aguas Blancas, pueblo marcado por la masacre de 1995, cuando autoridades locales abrieron fuego sobre campesinos desarmados, matando a 17 e hiriendo a otros 14.

Una comunidad donde no se observa ni al Ejército ni a la Guardia Nacional. 

De por sí poco conectada por Acapulco, la furia del huracán derribó cables de energía eléctrica y telefonía, dejando prácticamente incomunicada a la comunidad en los primeros días.

Desde la combi que comunica a este pueblo con Coyuca de Benítez se observan diversos mensajes colocados por la población.

“En la Salinera necesitamos ayuda. Tenemos niños y adultos de la tercera edad. No hay comida”, reza uno de ellos.

El río da la bienvenida a Aguas Blancas, a cuya orilla se encuentra un grupo de casas con pisos de tierra húmeda, dañadas por el viento y el desborde del río.

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Además del murmullo ininterrumpido del correr del agua, algunos niños gritan mientras juegan.

“Nombre, a mi me voló las láminas del techo! Ahora a ver si vienen esos del Gobierno, ya ve que nos censaron”, dice una señora.

Las calles se ven empolvadas, con restos de láminas y algunos montículos de basura, no al nivel de Acapulco, pero es que este es un pueblo que, en el transporte público, se cruza en 15 minutos.

Don Leopoldo López, un campesino de la comunidad, narra que aún están a la espera de apoyos del Gobierno para rehabilitar su hogar, pues si bien les han dado despensas para “ir comiendo”, él ya quisiera volver al campo, a la faena.

“Cuando hay estos ciclones sí nos asustan, pero aquí andamos pues”, dice a este diario.

Metros más adelante vive Guadalupe Dorantes, encargado de la Oficina del Registro Civil en el pueblo, quien afirma que la comunidad se enfrenta a una crisis económica. 

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“Este fenómeno vino a acabar con toda la vegetación, con toda la cosecha, Aguas Blancas es productor de nanche, mango, coco y hoy se está viviendo una crisis económica porque la mayoría de las personas se emplean en la cosecha”, comentó.  

“La gente está buscando la forma de sobrevivir, tras el huracán no había luz, no había comida”, sentencia.

Al pasar, otro habitante menciona “este año no habrá cosecha”.

 

Otis desvió el río 

 

Dorantes camina por el borde del río, debido a que como no hay internet, “poco puede laborar”; ahí, hay un camino entre terracería y veredas por la que los niños caminaban a la primaria, construida en los restos de una vieja fábrica de hilados, ahora cerrada por la emergencia. 

Lo mismo ocurre en el Colegio de Bachilleres local, cuyos alumnos ahora están enfocados en tareas de limpieza en la región.

Hace un mes, en esta zona el río tenía unos 30 metros de ancho, pero tras Otis la distancia entre orillas aumentó a 60 metros, pues el impacto del huracán alteró su curso.

“El río no estaba de este lado (izquierdo) el río era allá pero cómo se vino con mucha agua, ahora se pasó para acá, con razón muchos me decían que el agua llegó hasta sus casas, que se metió, y se llevó la cosecha”, narraDorantes.

 

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A ambos lados hay un banco de arena y piedras, donde antes cada año los vecinos bajaban para recoger ramaje y usarlos en los nacimientos, pero ahora el sitio luce “pelón”. 

En la orilla derecha, los daños son más visibles, con árboles arrancados, restos de lo que fueron huertos de mango y nanche, enormes palmeras tiradas, húmedas, con sus raíces hacia el cielo.

Don Guadalupe cuenta que, aunque no se cayó la antena de celular, no hay señal porque “no han venido revisar”, y recuerda que la noche del “ciclón” él salió de su hogar a buscar a una sobrina que vive a unos metros del río, pues no había forma de contactarla.

“Salimos como a las 3 de la mañana, con lluvia, mucho viento, sin luz, nada más la de los celulares envueltos en bolsa. Teníamos mucho miedo, no del viento y el agua, sino de que nos cayera una de esas –señala una lámina retorcida-. Gracias a Dios estaba bien“, compartió.

Seguimos el recorrido hasta un punto donde “está muy hondo, esto era el río, allá no, allá llegó a las casas, eso nunca se había visto”. 

Desandando lo recorrido, Dorantes comparte que si bien ya censaron al pueblo, hay algunas “complicaciones”, como que los funcionarios del Bienestar le piden a quienes perdieron ganado que les muestren los cuerpos y “¿cómo se los voy a enseñar si a muchos se los llevó el agua?”. 

Pese a las pérdidas económicas, el pueblo solo lamenta una muerte, pues al día siguiente del impacto de Otis “le dio un infarto a una muchacha… Ya su familia me vino a preguntar lo que se tiene que traer para el registro”.