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Héctor Zagal

(Profesor de la Facultad de Filosofía en la Universidad Panamericana)

¿Por qué México perdió la mitad de su territorio en 1848? ¿Qué llevó al gobierno mexicano a “ceder” sus estados? ¿En verdad Santa Anna traicionó a la nación y los vendió vilmente? Hay mucho que contar sobre la Invación estadounidense de 1846 a 1848, pero también hay mucho que no se cuenta bien.

Los territorios del norte de México no estában enteramente despoblados, como nos han hecho creer algunos historiadores filoestadonidenses. Sin embargo, durante el Virreinato y el siglo XX, es un hecho que eran territorios inmensos con una población urana muy pequeña.

Tras la Independencia, el gobierno mexicano quiso remediar esta situación impulsando la “colonización” de estos territorios, especialmente en Texas. ¿Cómo? Ofreciendo tierras los extranjeros que quisieran asentarse en aquellas lejanas tierras, política que tímidamente ya había comenzado la Corona Española. De hecho Moisés Austin, padre de Estaban Austín, recibió tierras de en la Luisiana Española en 1798.

La historia ya la conocemos. Los colonos estadounidenses en Texas aceptaban volverse mexicanos, pero nunca se sintieron tales. Para 1830, en el norte de Texas por cada mexicano había ocho extranjeros, muchos de los cuales habían ingresado ilegalmente a México.

En 1836, Texas se independizó de México. López de Sana Anna fue hecho prisionero por Houston y el ejército mexicano se retiró. El primer presidente de la República de Texas fue David G. Burnet y Lorenzo de Zavala, nacido en Yucatán, su primer vicepresidente. Por cierto, la esclavitud fue abolida en México por Vicente Guerrero en 1829, algo que no gustó a los esclavistas texanos. De hecho, la independencia de Texas fortaleció el esclavismo en el sur de Estados Undos, pero eso es otra historia…

Ahora bien, como Estados Unidos ya le había echado el ojo a esos territorios. Sólo hacia falta un pretexto. El presidente norteamericano James K. Polk le declaró la guerra a los mexicanos en mayo de 1846, bajo el pretexto de que habían invadido su territorio y derramado sangre en suelo americano.

El conflicto armado comenzó y se extendió hasta septiembre de 1847. México nunca tuvo oportunidad de ganar. El país atravesaba por un momento de gran inestabilidad política y no contaba con los recursos necesarios para luchar. En plena invasión, hubo rebeliones internas contra el gobierno. El ejército mexicano estaba mal armado. En la Batalla de Monterrey, por ejemplo, el ejército mexicano perdió por haberse quedado sin municiones. Los barcos que teníamos tampoco eran suficientes, por eso los puertos del país fueron tomados con relativa facilidad.

La superioridad armada de los estadounidenses hizo que avanzaran rápidamente por el país. Para septiembre de 1847, ya no había nada que hacer. La capital mexicana había sido tomada. Meses antes las ciudades y puertos claves del norte estaban bajo control de EUA. Lo único que restaba era negociar. Santa Anna ya ni siquiera figuraba en la historia pues, en cuanto se dio cuenta de que el conflicto estaba perdido, renunció y huyó. Algó típoco del personaje.

Muchos, tanto mexicanos como estadounidenses, querían que Estados Unidos se anexara todo el territorio conquistado. Sin embargo, varios senadores norteamericanos se negaron, entre otras razones, por prejuicios raciales. A decir de John Clarke, uno de estos senadores, “Hay una pestilencia moral en esa gente (mexicana), la cual es contagiosa. Una lepra que nos destruirá”.

Las negociaciones de paz se llevaron a cabo entre el presidente interino de México Manuel de la Peña y Peña y Nicholas Trist, jefe de secretario del Departamento de Estado por parte de EUA. El 2 de febrero de 1848, ambos firmaron el Tratado de Guadalupe Hidalgo en la villa homónima en las afueras la Ciudad de México.

En él se estipuló que México le cedería a EUA los territorios de Nuevo México, la alta California, lo que equivale a los estados de Arizona, Utah, Nevada, Colorado y partes de lo que hoy es Oklahoma, Kansas y Wyoming, además, claro está, de California y Nuevo México. De igual forma, México renunciaba a todas sus reclamaciones sobre Texas y reconocía el Río Grande o Río Bravo como la frontera entre ambos países. A cambio, EUA le pagaría quince millones de dólares y asumiría todas las deudas que el gobierno mexicano tuviera con los ciudadanos estadounidenses. Las propiedades y los derechos civiles de los mexicanos que residían en los territorios ahora estadounidenses estarían protegidos, aunque ya en la práctica esto último no fue así. Con el paso del tiempo, muchos mexicanos perdieron sus tierras en aquellos lugares.

En 1853, cuando Santa Anna había regresado a la presidencia, Estados Unidos se dio cuenta de que le había faltado un territorio en el tratado: La Mesilla. Se la quisieron comprar a Santa Anna por diez millones de dólares (apenas cinco millones menos que todo lo que pagaron por los otros territorios), y aunque al principio se negó, tras amenazarlo, lo terminó haciendo. En fin, el miedo no anda en burros.

Sapere aude!

@hzagal

Profesor de la Facultad de Filosofía en la Universidad Panamericana