Hace unos días, una madre buscadora, Delia Quiroga, llamó a nueve organizaciones criminales, las más visibles y poderosas, a alcanzar un pacto, a fin de terminar con la violencia y particularmente con la desaparición forzada de personas, una pesadilla que por supuesto sufre en carne propia y que en este país se ha elevado a la categoría de masas: casi 43 mil reportes de desapariciones en el sexenio, muchos, muchos más que en los dos sexenios previos.

No quiero poner palabras en la boca de doña Delia, pero es evidente que su llamado responde a una lectura muy certera de la realidad: no solo se remite a la fuente principal del problema, o sea los mafiosos, sino, sobre todo, a los únicos que podrían resolverlo.

¿Saben quién está de acuerdo con que los únicos que podrían dar fin a esta tragedia son los mismos que la provocan y que por lo tanto su Gobierno, o más ampliamente el Estado a su cargo, la neta no tiene nada que aportar en este asunto? El Presidente de la República. El licenciado López Obrador, comandante en jefe de las fuerzas armadas, dijo que lo de Delia es una idea súper.

Lo dijo así: “Yo estoy de acuerdo, ojalá y se lograra la paz, eso es lo que deseamos todos, que no haya violencia, que no haya homicidios, que no haya agresiones porque se afecta a todos”. También, así: “Todo lo que signifique hacer a un lado o no usar la violencia, lo apruebo”. Para rematar, solicitó a los mafiosos que se comporten como “buenos ciudadanos”.

Lo dijo con esas palabras, sí, pero pudo decirlo mucho más en breve. Por ejemplo: “Mira tú, está chida la idea: que se dejen de matar, y listo”. O así: “Soy súper fan de la paz”. O: “Es horrible que se maten, bendiciones. Apelen a su conciencia”.

Una puntualización: el Presidente no habló, como entendieron algunos, de un pacto entre el Gobierno y el crimen organizado, ese sueño guajiro. Para nada. Lo que el licenciado propone es una onda más autogestiva, más Montessori: que arreglen su desmadrito, que para eso son adultos en pleno uso de sus libertades, garantizadas por la 4T.

En otras palabras, lo que nos pasó a decir es que ya no lo molestemos con esas cosas; que esas obras no se va a inaugurar solas y ese beis, bueno, lo mismo. Vaya, que llevó a otro nivel el “¡fuchi caca!”. Que lo de los abrazos en vez de balazos sigue vigente, salvo que ahora los abrazos se los tienen que dar entre ellos.

Así pues, el Presidente pudo referirse también a la propuesta de doña Delia con esas palabras tan mexicanas: “Ai les encargo el changarro”.

 

    @juliopatan09