Dice claramente la Constitución que, dentro de 18 meses, el 30 de septiembre del 2024, Andrés Manuel López Obrador ya no será el Presidente de México independientemente del resultado de las elecciones de junio del próximo año.

Y salvo que los planes sean romper con ese orden constitucional, es un hecho que sea quien sea que quede al frente del poder ejecutivo no tendrá ni las habilidades populistas ni el carisma de López Obrador. Nadie.

Si es un opositor tendrá el peso de la reconstrucción del país y de exigir la rendición de cuentas de todas las tropelías que ante nuestros ojos comete esta llamada Cuarta Transformación. Pero si se trata de una corcholata presidencial podría tener que cumplir el indecoroso papel de ser la careta de la voz del líder si es que no quiere ver cómo se desmoronan sus alianzas políticas, su partido y con ellas su propia administración.

Quien a estas alturas no entienda que cualquier análisis del futuro económico-financiero del país pasa necesariamente por las proyecciones políticas de lo que viene para este país durante los años y meses por venir, está perdiendo la perspectiva de que México es un país que desmanteló el orden institucional que daba certezas a los inversionistas.

A pesar del discurso presidencial de los buenos del pueblo contra los malos conservadores, lo cierto es que México ha vivido tres alternancias políticas en el poder presidencial en lo que va del siglo y las tres han ocurrido sin crisis sexenales, en orden y con estabilidad.

Pero, pasar de López Obrador a quien sea, así sea su designación personal, con una campaña electoral encabezada por él mismo y con el uso descarado de recursos públicos para que gane, va a ser un tránsito muy complejo.

Quien llegue al poder va a tener que radicalizarse o negociar. Si es opositor tendrá que repartir el poder entre aquellos con los que habría hecho alianza, porque no hay otra manera de obtener el triunfo si no es a través de una competencia de solo dos opuestos en la boleta del 2024.

El mensaje que tendría que mandar a los mercados un opositor triunfante es que su privilegio sería la reconstitución de un país de instituciones, mientras con la otra mano desmantela los brotes de inconformidad que los malos perdedores seguro le organizarían.

Y si el elegido es alguien que prometió continuidad podría, claro, asumirse como marioneta del entonces expresidente López Obrador y actuar como tal.

O bien, aceptar que no tiene el carisma y el arrastre de su tlatoani y buscar acercamientos tanto internos, con las tribus de Morena, como con los opositores que bien podrían en 2024 recomponer los equilibrios en el Congreso.

La otra, es la radicalización y apostarle a que el excesivo uso del poder que pueda suplir esa cachaza de negar cada mañana todos los problemas y con ese encanto dejar tranquilos a seguidores y detractores.

Está claro que López Obrador no va a dejar un ambiente político relajado. La división interna, las confrontaciones externas hasta con Estados Unidos, van a aumentar. Y también está claro que buscará dejar a su sucesor al costo que sea.

Eso anticipa un México incierto dentro de apenas 18 meses.

 

    @campossuarez