A 20 de años de la guerra, no podría ser menos vigente y resonante el momento cuando George W. Bush le preguntó al presidente chino, Hu Jintao, qué era lo que quitaba el sueño, que en su caso era que aconteciera otro ataque terrorista.
Fue en marzo de 2003, cuando Bush anunció que las fuerzas estadounidenses emprenderían una operación militar en Irak. Se trataba de una de las etapas iniciales de lo que sería una campaña amplia y estrepitosa para decapitar a los líderes iraquíes, bajo el argumento de desmantelar el ilusorio arsenal de armas de destrucción masiva (ADM) y poner fin al Gobierno dictatorial de Saddam Hussein.
Los sucesos bélicos en Irak conformaron una de las situaciones más enigmáticas en lo que respecta a las políticas de relación exterior estadounidense; pues si bien la posible existencia de ADM fue un argumento de poco peso, a 20 años de su inicio cobra sentido en la medida en la que, como sostenía Bush, a pesar de que se conocen las consecuencias de la acción, probablemente la inacción hubiese resultado contraproducente.
Sin embargo, después de tanto, sólo nos queda reflexionar y hacer un balance entre los efectos positivos y negativos del conflicto y, a su vez, repensar que quizá el riesgo y el coste de ello eran innecesarios. El derrocamiento de Sadam Husein podría colocarse dentro de las prioridades positivas, ya que a pesar de que Irak sigue padeciendo hoy un vacío político; sin Husein al mando, las prácticas sistemáticas de genocidio, corrupción y tiranía, son ahora cuestiones del pasado.
No obstante, pienso que no es en vano cuestionarse a qué venía por parte de Husein arriesgarse a una guerra que seguramente iba a perder. De esto, diversas voces sostienen que quizá, por un lado, se debía a un intento por obstaculizar las decisiones de las Naciones Unidas; mientras que por el otro, se tenía a una Casa Blanca que creía mejor acelerar aquello que le resultaba inevitable. Pero en conjunto, no fue sino una prueba más del irrealismo norteamericano que usualmente torna los males, aparentemente menores, de la política exterior, en mayores.
Sadam fue capturado y juzgado y también se celebraron elecciones democráticas en Irak. Pero, durante los años transcurridos desde entonces, han habido más de 4 mil 700 muertes de tropas estadounidenses y aliadas, y más de 100 mil civiles iraquíes han sido asesinados, aunado a la enorme cantidad de refugiados que se han visto obligados a huir de su entorno.
Ciertamente, la reacción de Bush en algo contribuyó a que el mundo tuviera nuevas barreras ante la ofensiva de un terrorismo global, pues al final el paradigma histórico cambió en tanto que los organismos internacionales permanecieron en vela cuando se violó, entre otros, el veto. En Decision Points, Bush muestra sus pensamientos sobre cómo fueron sus ocho años de presidencia, y en concreto la guerra de Irak. No obstante, sus memorias parecen ser sólo una versión de lo que ésto implicó; ya que no sólo refleja una insistencia por negar el sentido trágico del suceso, traducido en el hecho que no se tomaron decisiones clave por crímenes de lesa humanidad, lo que hoy en día sigue en vilo en el marco de la guerra entre ucrania y rusia.
¿O será otra de las cosas que no hacemos?
Consultor y profesor universitario
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