Es posible que para una masa numerosa de feligreses del presidente Andrés Manuel López Obrador sea incomprensible que él, su régimen y su partido político no sean de izquierda, sino más bien partidarios de una autocracia nacional-populista.

Pero esa diferencia importante, que no pasa desapercibida para los grupos de la verdadera izquierda en México, cada día se hace más evidente en el mundo.

No es solo una discusión de la política interna que López Obrador apoye abiertamente al presidente ruso, Vladimir Putin, y que reciba de manera abierta el agradecimiento de Moscú por la oposición de la 4T al envío de armamento alemán para la defensa de la soberanía ucraniana.

Está presente en los medios de diferentes partes del mundo la manera como el presidente de México recibe al dictador cubano, Miguel Díaz-Canel. Sí pasa de noche que se atreva el Presidente a entregar la máxima condecoración nacional al representante de un Gobierno que mantiene a su población oprimida, pero vaya que llama la atención que López Obrador se asuma como el vocero de una campaña internacional para defender a Cuba del bloqueo comercial.

Y ahora, lo que acaba por ubicar al régimen mexicano en una posición extrema es ese apoyo explícito a la dictadura del matrimonio de Daniel Ortega y Rosario Murillo en Nicaragua.

El parteaguas en América Latina llega de forma definitiva con la dictadura nicaragüense. Mientras un día López Obrador se va a desayunar para no hablar del dictador y al día siguiente da una maroma retórica en torno a esa dictadura centroamericana, el presidente chileno, Gabriel Boric, de izquierda, llama dictador a Ortega y el presidente argentino, Alberto Fernández, de izquierda, abre la puerta a los expatriados sin condiciones.

Hacia el sur, el régimen de López Obrador no tiene una figura de liderazgo entre las naciones democráticas gobernadas por la izquierda.

Y hacia el norte, México conserva el lugar que se labró durante décadas como socio comercial de Estados Unidos y Canadá. Pero ante esos dos países el régimen mexicano sí genera desconfianza.

Hoy los estadounidenses ya leen en sus diarios y ven en sus pantallas historias de cómo México podría tener un giro hacia un sistema no dictado por las bases de la democracia y eso pesa tanto como el hecho de que ubican a este país como origen del tráfico de las drogas que matan a millones en aquel país.

Hay que atender a las señales de la propia Casa Blanca cuando se trata de reconocer un liderazgo político regional.

En el norte, el presidente Joe Biden recibe al mandatario de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva personalmente en la puerta de su casa y hablan de temas comunes como el cambio climático y las energías renovables. El trato a López Obrador en Washington el verano pasado fue diametralmente opuesto.

Y en el sur, los gobiernos de izquierda festinaron el final del populismo en Brasil y encumbran a Lula como un líder natural entre las democracias de la región.

El común denominador para ese reconocimiento tanto en el norte como en el sur es el respeto a la democracia, independientemente de la ubicación política.

Claro que Maduro, Ortega, Díaz-Canel, López Obrador y hasta Putin podrían tener otros datos.

 

     @campossuarez