Según Levinas, lo que denominamos, con un término algo adulterado, amor, es fundamentalmente el hecho de que la muerte del otro me falta más que la mía. Por eso, ante la pregunta sobre la muerte misma, su propia respuesta se funda en mi responsabilidad por la muerte del otro. En ese sentido y, en el marco del fallecimiento de Alfonso de María, quisiera dedicar un par de líneas para recordar y conmemorar lo que su vida resultó para México: “Una vida llena de sueños. Colmada de lucha, trabajo, amor y grandes oportunidades”.
El embajador Alfonso de María fue un mexicano ejemplar, su trayectoria y logros tuvieron un fuerte impacto tanto para el país en general, como para los jóvenes que hoy toman fuerza gracias a la huella que en ellos imprimió.
Sin embargo, como ya sostenía en otros espacios, el legado de un hombre no se agota en sus éxitos, sino también en el cúmulo de relaciones que conformó. Por mi parte, tuve la fortuna de conocerlo cuando fue director general del Instituto “Matías Romero”, donde con enorme humildad y calidez, me transmitió su visión de la diplomacia, la cultura y del gran valor de México frente al mundo.
Tiempo después, nos encontramos para emprender un proyecto de diseño humano y generacional, con el fin de reivindicar las potencialidades culturales, sociales, económicas y ambientales de los sectores menos favorecidos en México; el cual, puedo asegurar, llevará su nombre y visión.
Alfonso, escritor, historiador, diplomático, universitario y transformador de instituciones culturales, fue clave en la valoración y eficacia en la gestión cultural mexicana, la cual durante su trayecto, se fundó siempre en su asombrosa capacidad para disfrutar de dichos rubros.
A su vez, la admirable integración de sus inquietudes intelectuales al ámbito público, dio lugar a proyectos en miras de mejores escenarios para el país, pues en el fondo siempre estuvieron encaminadas a combatir la amnesia voluntaria que subyace a la sociedad mexicana frente a su historia y la pluralidad de sus identidades.
Lo anterior, debido a que desde un inicio comprendió que el disfrute del patrimonio artístico, las tradiciones, y la fuerza crítica que entrañan, resultan indispensables en la realización de mejores proyectos de nación, ya que no sólo la potencian, sino que la reflejan.
A lo largo de la vida, todos nos llevamos algo de las personas con las que compartimos espacios. De Alfonso, podría decir que me quedo con la enorme gratitud y admiración de siempre encontrar en él no sólo a un gran funcionario e intelectual, sino esencialmente un gran amigo y guía. Por ello, quisiera dirigir este testimonio a Virginia, su compañera de vida, así como también a sus familiares y todos aquellos que tuvieron la dicha de conocerle.
La juventud mexicana es ahora heredera de su legado. Por lo que está en ellos, en mí y en todo aquel que pudo cruzarse con él; honrarlo y dar seguimiento a lo que su vida significó.
¿O será otra de las cosas que no hacemos?
Consultor y profesor universitario
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