Héctor Zagal

Héctor Zagal

(Profesor de la Facultad de Filosofía de la UP)

Entre mis cocteles favoritos está el Martini seco con dos aceitunas. Lo bebo sólo en ocasiones especiales, porque la ginebra me da dolor de cabeza. No sé cómo le hace James Bond para trabajar y beber Martini. Pero no es de espías de lo que quiero hablarles, sino de un Martini histórico. En 1933, el presidente Franklin Delano Roosevelt preparó un Martini seco en la Casa Blanca. El acto fue público y simbólico. Tras trece años de caos y violencia, la Ley Seca al fin se derogaba en Estados Unidos.

Muchos de los primeros europeos que llegaron el territorio estadounidense pertenecían a confesiones cristianas muy conservadoras que recelaban del alcohol. Desde entonces, ha habido en aquel país algunos núcleos de moral muy conservadora. Sus creencias son dignas de respeto. La libertad de conciencia es un derecho básico

Sin embargo, el advenimiento de la revolución industrial en Estados Unidos enfrentó a muchas personas con una realidad dura y miserable. El consumo del alcohol se convirtió en un escape, una evasión de esas jornadas grises y agotadoras. Las cantinas proliferaron. Obviamente, las consecuencias no fueron buenas. Quienes se emborrachaban olvidaban sus demás responsabilidades y, frecuentemente, eran violentos en su entorno familiar.

Hacia finales del siglo XIX, muchas mujeres intentaron detener esa espiral de pobreza-adicción-violencia. Nació así la llamada la Liga por la Templanza. Su objetivo político era claro: prohibir el alcohol. Ellas, junto con los grupos puritanos, ejercieron presión en el gobierno. Finalmente, en enero de 1920 entró en vigor la Ley Volstead, llamada así por el senador Andrew Volstead, uno de sus impulsores. La ley prohibía la fabricación, importación, venta y distribución de las bebidas alcohólicas, pero no su consumo.

¿Y qué sucedió? Bandas criminales se dedicaron satisfacer la demanda de quienes querían seguir bebiendo. El crimen organizado se fortaleció y las autoridades de muchas ciudades se corrompieron, cómplices de los delincuentes.

Paradójicamente, la prohibición impacto positivamente la economía en la frontera norte de México. Muchos estadounidenses cruzaban el fin de semana a nuestro país para divertirse. (También Cuba se vio fortalecida por este turismo “etílico”). Dudo de que el impacto social de este tipo de turismo sea positivo, pero nadie puede negar hubo una derrama económica. Desde entonces, cruzar la frontera fue, para muchos estadounidenses, sinónimo de “echar relajo”:

No me cabe duda que el abuso del alcohol es dañino. He visto morir a gente de cirrosis hepática y también he visto carreras académicas y artísticas hechas pedazos por culpa del alcohol. Muchos accidentes de tráfico tienen que ver con el alcohol. No obstante, me parece que la solución para este tipo de problemas no es la prohibición. Creo que hay mecanismos para controlar su abuso, como “el alcoholímetro” en la CDMX o pruebas aleatorias en ciertos lugares de trabajo.

¿Y ustedes qué piensan de otras drogas? ¿Deberían legalizarse o debemos seguir luchando contra su comercio?

Sapere aude ¡Atrévete a saber!
@hzagal

 

Profesor de la Facultad de Filosofía en la Universidad Panamericana