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Foto: Especial / Mole, pipián, romeritos, buñuelos y pan de elote forman parte de las propuestas de la carta, que a la tradición poblana le suman texturas y colores dignos de ser fotografiados  

Para preservar la tradición culinaria que se gesta en la gastronomía mexicana, el Ayuntamiento de Puebla ha puesto en marcha el programa Mesas Poblanas, con el que busca continuar posicionándose como referente de cocina a nivel nacional.

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Con recetas transmitidas de generación en generación, en las que se utilizan ingredientes recolectados en la región, y que finalmente son puestas en una tradicional loza de talavera que se fabrica a unas calles de distancia, la comida poblana puede conjugar, en un vistazo por el centro de la ciudad, el esfuerzo de todas las manos que participan en el proceso, y que hicieron posible el nombramiento de Capital Iberoamericana de la Cultura Gastronómica que recibió el pasado agosto.

Es por ello que si aún estás de vacaciones y te gustaría visitar un destino turístico que te ofrezca desde arte, cultura, diversión y la mejor gastronomía del país, no dudes en visitar Puebla de los Ángeles y hacer un recorrido muy especial.

A orillas de la Ciudad de Puebla se encuentra el Mercado Municipal de “La Acocota”, activo desde 1965. Al interior, luego de pasar por la zona de semillas, chiles, frutas y verduras, se encuentran las cocinas, donde la elección del lugar es un albur, pues aunque está casi garantizado el gran sabor, la combinación que se vierte en las ollas es diferente de uno a otro.

En “La Tlaxcalteca” cocina Leticia Romero, que forma parte de la segunda generación de locatarios en su familia, basta con mirar la carta para que la mesa se llene de envueltos de mole acompañados con arroz rojo, mixiote de carnero, mole de panza y sopa de médula. Al centro de todo, tortillas de comal hechas a mano, bien envueltas en servilleta para que no se enfríen, pero que apenas alcanzan a reposar sobre la mesa cuando ya se han terminado.

A unas cuadras se encuentra Talavera Armando, que a lo largo de la calle distribuye la fábrica, el museo, una galería y la tienda para una variedad de piezas destinadas a volverse protagonistas del comedor o la pared en la que sean colocadas.

En la fábrica, montones de barro blanco y café –que escasea con el tiempo, encareciendo la talavera– son sometidos a un proceso de cernido, decantación y secado, antes de llegar a la mesa de Alberto, el alfarero, que con sus manos, un torno de pie, y la experiencia ganada luego de una vida dedicada a la artesanía, determina la forma que van a tomar.

Ya secas, horneadas y frías, las piezas están listas para el esmaltado, donde los encargados se dedican a plasmar, a mano alzada y con pinceles de cerdas naturales el diseño que haya pedido el cliente. Finalmente, un último horneado revela los colores de los minerales, y le da vida a casi dos meses de esfuerzo en conjunto.

No muy lejos está el restaurante El Recaudo, donde el chef Carlos Allende ofrece a sus comensales versiones modernas de muchos de los platillos que se ven en el mercado.

Mole, pipián, romeritos, buñuelos y pan de elote forman parte de las propuestas de la carta, que a la tradición poblana le suman texturas y colores dignos de ser fotografiados.

La visita por el centro de Puebla podría concluir con un vistazo a la dulcería La Gran Fama, es obligatorio al tratarse de un lugar con historia que data de los tiempos de la Revolución Mexicana, y que ahora es dirigido por las hermanas Soto, la cuarta generación de la familia que se hace cargo del negocio.

Aunque para hacer frente a los cierres de la pandemia por Covid-19 decidieron comenzar a hacer envíos nacionales, el solo comer los dulces no hace justicia a la experiencia de entrar al local y elegir entre los gallitos, la variedad de dulce de pepita, la fruta cristalizada, el turrón, los sevillanos, o las cerezas cubiertas de chocolate. Una vez seleccionados, se colocan cuidadosamente en una caja de cartón membretado que al tomar del mostrador te recuerda que debes volver a repetir el paseo en otra ocasión.

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