​​Uno de los saldos de la elección intermedia en Estados Unidos del pasado 8 de noviembre fue la reelección de Greg Abbott como gobernador de Texas, por un tercer mandato consecutivo.

Durante la campaña electoral, el político republicano abanderó una agenda marcadamente antiinmigrante, acompañada de acciones como el envío de miles de personas en tránsito a las ciudades santuario en el norte de Estados Unidos, o el reforzamiento de la frontera con México con la presencia de la Guardia Nacional y de elementos de seguridad pública de Texas.

El triunfo sobre el contrincante demócrata, Beto O’Rourke, un férreo crítico de las medidas migratorias de Abbott, permitió al gobernador texano profundizar sus políticas y anunciar que buscará incrementar el número de elementos policiacos, tanto del lado mexicano como del estadounidense de la frontera entre ambos países.

Además, llama la atención que como parte de su política migratoria retomó dos de las principales propuestas del gobierno del expresidente Donald Trump: por un lado, el programa Quédate en México y, por el otro, la construcción del muro fronterizo.

Recientemente se dio a conocer a través de los medios de comunicación que parte del plan de Abbott para contener la migración ilegal entre México y Texas consiste en el empleo de armamento de tipo militar, como vehículos blindados, para realizar tareas de patrullaje en la zona fronteriza.

Estamos, pues, ante un reimpulso de las fuerzas conservadoras en el país vecino. Si bien la victoria del Partido Republicano, tanto en la arena legislativa como en la local, no tuvo la contundencia que se esperaba —la llamada marea roja—, posee espacios importantes de toma de decisión que le permitirán avanzar con su agenda política.

Personajes como Greg Abbott se distinguen por su oposición a un programa progresista de gobierno que incluya temas como el derecho de las mujeres para decidir; la agenda climática y medioambiental, y transitar hacia modelos migratorios más humanos.

Particularmente en este tópico, las posturas antimigratorias generan un estado de tensión en la relación bilateral; sin embargo, continuaremos apelando a la solidez de esta para diseñar una política migratoria acorde con los intereses soberanos de ambas naciones.

La migración es parte de la historia humana. Las medidas coercitivas y de criminalización no pueden resolver un fenómeno como este. Su solución parte de atender las causas estructurales que motivan a las personas a dejar sus lugares de origen.

Por esta razón, mantendremos la defensa de los intereses de las y los mexicanos en Estados Unidos, ante el reforzamiento de posturas irracionales que buscan en la confrontación la solución a este fenómeno. Por el contrario, apostamos por un clima de entendimiento entre ambas naciones que nos permita construir un futuro común.

 

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