Hoy, la violencia se ha transformado en un fenómeno con presencia en las distintas esferas de la vida humana, ya sea de forma autoinfligida, interpersonal o colectiva. Ello ha desencadenado un clima social de confrontación. Se trata de una cuestión sumamente alarmante que ha permeado con fuerza en el discurso, materializada en descalificaciones, protestas agitadas y ataques de odio.

El debate estéril e incendiario del martes pasado en el Senado de la República sobre la permanencia de las Fuerzas Armadas en tareas de seguridad pública, salvo determinadas intervenciones sensatas, fue un reflejo contundente del proceso de descomposición que experimentamos como sociedad. En dicha sesión predominó la violencia política en los discursos, en lugar del respeto y la cortesía.

En México, es posible advertir violencia política en temas de género, así como en los posicionamientos y respuestas de las figuras públicas en redes sociales. Todos los involucrados son responsables de fomentar el entorno de polarización entre oposición y gobierno, privados, actores relevantes y la comunidad. Las expresiones violentas —llevadas a sus últimas consecuencias— han pasado a ser la regla y no la excepción.

Asimismo, la violencia ha detonado un ambiente de incertidumbre. Ésta es una variable que explica, parcialmente, el freno a las inversiones y el incremento de los precios de los alimentos. Buena parte del terror desbordado en el territorio nacional, se debe a los enfrentamientos entre organizaciones criminales por el control de las plazas y los territorios, sumado a otros delitos como homicidios, robos, extorsiones, feminicidios, desapariciones, fraudes y desvíos de hidrocarburos.

Recientemente hemos atestiguado diversas muestras de violencia generalizada, tanto en el plano nacional como internacional. Baste mencionar los tiroteos masivos en Estados Unidos; el bombardeo ruso a Kiev; la explosión en el puente de Crimea; las manifestaciones de la ultraderecha en Alemania o la masacre en San Miguel Totolapan, Guerrero, con un saldo de al menos 20 muertos. Indudablemente, estos hechos deben motivar un espacio de reflexión sobre cómo dirigimos nuestras diferencias.

La violencia es un síntoma de una sociedad enfermiza y dividida, al igual que de una crisis política que ha debilitado nuestro marco legal e institucional en materia de seguridad e impartición de justicia. Lamentablemente, ya es una constante en la realidad mexicana. En este contexto, recordemos la frase atribuida a Abraham Lincoln: “No somos enemigos, sino amigos. No debemos ser enemigos. Si bien la pasión puede tensar nuestros lazos de afecto, jamás debe romperlos. Las místicas cuerdas del recuerdo resonarán cuando vuelvan a sentir el tacto del buen ángel que llevamos dentro”.

No es la intimidación, la deslegitimación, el anonimato en redes sociales ni la violencia física, verbal y psicológica, la ruta para hacer valer nuestros ideales y causas. Hoy, en un contexto de polarización, guerra y violencia, se requiere un llamado firme a la pacificación y concientización en múltiples frentes.

¿O será otra de las cosas que no hacemos?

Consultor y profesor universitario

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