Faltan dos años y un día para que Andrés Manuel López Obrador deje de ser Presidente de México. Al menos eso dice la Constitución y no habría manera de que una ley secundaria, una chicana de la Suprema Corte o un ejercicio participativo lo pudiera cambiar sin que dejemos los cauces de la democracia.

Si todo sigue los caminos de la ley, estamos a dos años de que, necesariamente, cambie el tono cómo el Presidente de México se relacione con todos los demás.

Aunque las elecciones del 2 de junio del 2024 las ganara la corcholata favorita del Presidente, es imposible que por más obediencia que tenga al actual mandatario pudiera mantener ese estilo divisor, faccioso e inapelable de hacer y decir lo que quiera.

Andrés Manuel López Obrador es una figura irrepetible en la política mexicana. El mejor candidato presidencial que ha existido en la política contemporánea no derivó en un Presidente memorable por sus éxitos.

Al contrario, los resultados hasta este corte de los cuatro años son malos, pero ese halo de popularidad que logra con su enorme carisma hace imposible a una mayoría el pedirle cuentas.

Estamos pues a dos años del fin de las mañaneras. No hay nadie en el panorama político nacional, ni afín ni opositor al Presidente, que tenga la capacidad de mantener ese ejercicio propagandístico diario y si lo hace va a fracasar.

Eso sí, sea quien sea el próximo titular del ejecutivo federal tendrá la obligación de mantener canales de comunicación con la sociedad. No puede haber ya un Enrique Peña Nieto atrincherado en Los Pinos, pero tampoco hay margen para otro López Obrador atacando a sus adversarios políticos desde Palacio Nacional.

Todo el tiempo hay muestras contundentes del uso faccioso de la comunicación presidencial. Y lo sucedido ayer es apenas una muestra de lo que tendría que acabar pronto.

Un sujeto claramente alterado puso un cuchillo en la cara de un joven inspector del Instituto de Verificación Administrativa de la Ciudad de México. Ese hombre cometió un presunto delito que hoy ya es diligentemente investigado por la Fiscalía de la Ciudad de México.

Por lo que todos vimos en el video, ahí hay un delito del fuero común que se tiene que castigar. Lo que no puede suceder es que el Presidente de la República use la máxima tribuna de comunicación del país para decir, a través de esa limitada señora que tiene los miércoles, que el hecho retrata la mentalidad panista.

El Presidente, lejos de acotar el exceso de su inepta vocera, exploró más el camino de la división y soltó a sus jaurías violentas en las redes sociales.

Lo peor de todo es que apenas unas horas antes el propio López Obrador había dicho, respecto a la participación de militares en la desaparición, muerte y ocultamiento de información del caso de los “43 de Ayotzinapa” que no se podía calificar a todo el ejército por la actuación de unos cuantos.

La habilidad propagandística y retórica del presidente López Obrador le ha permitido mantener un uso faccioso de la comunicación presidencial sin consecuencias. Pero hay razones suficientes para estar seguros de que ese modelo se agota con su mandato dentro de dos años y un día.

 

 

      @campossuarez