El autodominio exige autoconciencia

Daniel Goleman

A estas alturas de nuestra evolución, a los seres humanos nos sigue atemorizando mucho sentir. Le tenemos miedo al dolor, pero también al amor, a la felicidad y a la seguridad, porque perderlas duele.

Seguimos sin entender que las emociones y los sentimientos no son algo que la naturaleza humana determina y, por tanto, inmutables, fuera de nuestro control, sino que las y los creamos, cultivamos, transmitimos y podemos transformar, a partir de la forma en que interpretamos nuestras experiencias.

No nacemos con la poca o la gran variedad de emociones y sentimientos que podemos llegar a desarrollar a lo largo de nuestra vida. Haga memoria y se dará cuenta.

La ciencia descubrió hace décadas una relación determinante entre emociones y sentimientos con la inteligencia y la salud física, pero los paradigmas dominantes siguen siendo de desconexión. Nos educan y educamos para sentir lo menos posible y no mostrarlo, por miedo a ser heridos.

El efecto de esto es que no sepamos con exactitud ni qué ni cómo nos sentimos cuando experimentamos emociones. Mientras mayor sea nuestra tosquedad emocional, por autoanulación, represión, negación o cualquier otro mecanismo que nos aleje de lo que sentimos, más estará nuestra vida fuera de control, más dependeremos de los demás, más insatisfechos nos sentiremos durante más tiempo, más frustrados y desesperanzados o incluso desesperados, más vacíos, más infelices.

En resumen, el factor de mayor peso para darle o quitarle el sentido a la vida es la complejidad o la simpleza de nuestra vida emocional. A la variedad de emociones y sentimientos que podemos experimentar, nombrar y describir se le llama granularidad emocional.

En su desarrollo y gestión está la fuente de la juventud, la belleza y una vida satisfactoria. Mientras menos conozcamos nuestras emociones, menos podremos dominarnos y más complicados seremos.

Pero pocos son los que se atreven a hacer el viaje interior, porque los temores atávicos lo impiden. La verdad es que cuando comenzamos a bucear profundo nos damos cuenta de que no era tan aterrante como parecía, sino que resulta emocionante, siempre asombroso y liberador.

No es lo mismo que estemos ansiosos y angustiados, en un estado generalizado de malestar, a que sepamos con exactitud qué hay ahí adentro. Por supuesto, todo empieza por el miedo, el detonador de cualquier malestar; a partir de ahí la gama de lo que podemos sentir es interminable.

Cada quien, además, siente a su muy particular manera, con sus muy especiales manifestaciones mentales, conductuales y físicas, aunque el sentimiento pueda ser identificado como el mismo respecto de otra persona.

El mundo emocional es el microcosmos inexplorado del ser humano, que ha preferido mirar hacia el macrocosmos, siempre buscándose a sí mismo, antes que tocar el dolor causado por cualquiera de las heridas de su infancia. Y es una pena, porque el lugar favorito de Dios es nuestro corazón.

Cuando sabemos explicar exactamente como nos sentimos, vamos, a la vez, haciendo más complejo, pero descomplicado, nuestro mundo emocional, afinando la sensibilidad, elevando nuestra calidad humana. Nos volvemos mejores personas, definitivamente más inteligentes y físicamente sanos.

Las personas que experimentan mayor granularidad emocional, es decir, aquellas que han aprendido a nombrar, describir y desarrollar una gran variedad de emociones, recurren poco o nada a conductas de fuga como las adicciones.

Bajo la observación y la comprensión que nos da una mayor granularidad, las conductas negativas pueden transformarse con relativa facilidad, pues hemos perdido el miedo a lo que sentimos y cada vez que lo exploramos aprendemos.

Si, por ejemplo, nos despiden del trabajo, puede ser que estemos muy enojados, pero atrás habrá una gran variedad de emociones que requieran ser gestionadas una por una: defraudado, poco apreciado, traicionado, desechado, injustamente tratado o incluso inútil, insuficiente, sin pertenencia, rebasado, avergonzado o hasta culpable. Y será necesario abordarlas para desentrañarnos a nosotros mismos, desestructurarnos y volvernos a estructurar de una forma más favorable.

@F_DeLasFuentes

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