Héctor Zagal

Héctor Zagal

(profesor de la Facultad de Filosofía de la Universidad Panamericana?

El 28 de septiembre de cada año se celebra el Día Mundial Contra la Rabia. De acuerdo con cifras oficiales de 2021, en México llevamos 15 años sin casos de rabia provocada por perros domésticos. Podemos decir que funcionan las semanas nacionales de vacunación antirrábica canina y felina. No sé ustedes, pero a mí me tranquiliza muchísimo pensar que es muy improbable encontrarme con un perro rabioso en la calle. Sin embargo, no sólo los perros y gatos pueden transmitir la rabia. Todos los mamíferos pueden contraerla, pero pocas especias se vuelven reservorios importantes de la enfermedad una vez contagiados: murciélagos, mapaches, zorros, zorrillos, coyotes, entre otros. Entre 2006 y 2018, el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) se diagnosticaron 23 casos de rabia transmitida por mordeduras de mamíferos como zorrillos y murciélagos.

¿Cómo protegernos? Lo primordial es, primero, vacunar a nuestras mascotas contra la rabia. Después, evitar todo contacto con animales portadores de ésta. El contagio surge, por lo general, a través de una mordida porque es en la saliva donde se encuentra el virus de la rabia. Por ello no es recomendable tener tanto contacto con la saliva de animales que puedan portar el virus pues éste podría entrar a nuestro cuerpo a través de una herida, por muy pequeña que sea.

Actualmente contamos con vacunas antirrábicas, pero el peligro sigue ahí. Una vez que aparecen los síntomas de la rabia, éste suele ser mortal en casi todos los casos, tanto para humanos como para animales. En los humanos los síntomas incluyen dolores de cabeza, fiebre, ansiedad, hormigueo, dolor en zona de mordedura. También hay dilatación de pupilas, hipersensibilidad a la luz, alucinaciones e hidrofobia. En animales se presentan cambios de conducta agudos e inexplicables y una parálisis progresiva. Asimismo, puede presentarse agitación y agresividad inusual.

Hablemos un poco de la vacuna antirrábica. Vayamos a Europa del siglo XIX, donde la rabia en perros, zorros y lobos era un mal frecuente, pero también un problema para el ganado vacuno, equino y ovino. La urgencia de parar los casos de rabia llevó a los científicos a analizarla su desarrollo y surgimiento con profundidad. Pronto se determinó que la rabia se transmitía por patógenos presentes en la saliva. Uno de los científicos que le seguía la pista a la rabia fue Louis Pasteur (1822-1895).

Pasteur tuvo una carrera científica llena de grandes descubrimientos, desde un método para destruir microorganismos malignos en los alimentos (pasteurización) hasta la vacuna antirrábica. Sus estudios sobre la fermentación lo llevaron a refutar la teoría de generación espontánea y a suscribir una teoría microbiana de la enfermedad. Pero no sólo eso, este estudio le permitió encontrar un paralelismo entre los fermentos y las enfermedades: así como hay levaduras diferentes que producen una fermentación particular, así también existen patógenos propios de cada enfermedad. En 1877, Pasteur centró su atención en las enfermedades infecciosas y consiguió manipular en su laboratorio agentes patógenos para debilitarlos o atenuarlos y, así, inducir una infección no letal que inmunizara el inoculado. Seguía de cerca los resultados e investigaciones de Edward Jenner (1749-1823), principal promotor de la vacunación contra la viruela.

Para 1882, Pasteur se encontraba investigando algunos casos en los que animales contagiados con rabia lograban recuperarse tras ser inoculados con tejidos y fluidos de animales previamente contagiados. Gracias a una serie de inoculaciones seriadas, Pasteur pudo controlar tanto la virulencia del virus y su período de incubación. Tras inocular a cerca de 50 perros con rabia virulenta y rabia atenuada, Pasteur descubrió que los perros se volvían resistentes a la rabia.

La vacuna antirrábica de Pasteur consistía en diversas aplicaciones del virus a lo largo de varios días. En julio de 1885, Pasteur pudo probar sus vacunas en el pequeño Joseph Meister de nueve años, quien había sido mordido varias veces por un perro con rabia y aún no presentaba síntomas. No fue Pasteur quien vacunó al niño, pero fue su descubrimiento el que lo salvó. Dos médicos asistentes vacunaron a Joseph aproximadamente 60 horas después del ataque del perro. A Joseph se le administraron 13 inoculaciones durante 10 días. La vacuna se administró en el área superior del abdomen. La primera inoculación era de rabia presente en la espina dorsal de un conejo y con 15 días de exposición al aire para atenuar su potencia. Esta vacuna sería la menos virulenta. Las siguientes inoculaciones fueron aumentando su intensidad. La última fue de una espina dorsal infectada con tan sólo un día de exposición, es decir, con mayor virulencia. Después de tres semanas, Joseph se recuperó.

Debido a que la rabia se transmite, generalmente, tras la mordida o contacto con la saliva de un animal infectado, y a que su período de incubación es muy variable, la vacuna antirrábica suele administrarse después del contagio y no antes. Es decir, esta vacuna no es profiláctica, sino terapéutica; no busca inmunizar al paciente principalmente, sino evitar que, una vez contagiado, presente los síntomas propios de la enfermedad.

Sapere aude! ¡Atrévete a saber!

@hzagal

Profesor de la Facultad de Filosofía en la Universidad Panamericana