charrería
Foto: AFP / La charrería es un deporte que cualquier persona puede aprender, de cualquier nacionalidad, nomás echándole ganas, dice el instructor jaliscience, Víctor Hugo de la Torre  

Víctor Terán tenía 14 años cuando su padre le ofreció elegir un deporte: fútbol o charrería. “¡Vámonos de charros de una vez!”, respondió al optar por el arte ecuestre mexicano que gana adeptos gracias a escuelas dedicadas a su enseñanza.

Sin pertenecer a una familia de “tradición charra” o ganadera, Terán lleva tres años en la aventura de aprender este espectáculo, que combina elementos de la equitación y el rodeo, en una escuela de Tlajomulco, Jalisco.

Apasionado por los caballos, ahora viste orgulloso el atuendo tradicional, cuya versión de gala incluye sombrero galoneado, botonadura de plata y corbata finamente bordada.

El joven aprendió a montar a caballo sin tener uno y a “florear” la soga, habilidad que consiste en girarla alrededor suyo para tomar impulso y lanzarla hacia otros equinos, a los que sujeta por las patas para derribarlos.

Esta suerte -una de las nueve que comprende el deporte-, se llama mangana y puede ejecutarse a caballo o de pie.

Terán estudió en la escuela municipal de Charrería de Tlajomulco, una de las que enseña este arte típico de los ganaderos de Jalisco. Fue fundada en 2016, año en que la Unesco declaró esta práctica patrimonio inmaterial de la humanidad.

POR TRADICIÓN O GUSTO

Víctor Hugo de la Torre, fundador de la escuela, con 24 años como instructor, cuenta que la charrería “ha crecido mucho a nivel nacional(…) De hecho, en la escuela, la mayoría de alumnos no vienen de familia charra, sino que les gusta y se integran”.

Las clases o “entrenes” duran tres horas y ocurren dos veces por semana en tres categorías: principiantes, intermedios y avanzados, en grupos de diez a 15 alumnos.

En el primer nivel aprenden a florear la soga. Los más pequeños toman su turno e intentan acertar en el pescuezo de un toro manso.

Inicialmente las clases eran en plazas públicas, donde los maestros exhibían sus destrezas para atraer estudiantes, recuerda Rocío Rodríguez, directora de la escuela.

Hoy tienen 100 alumnos regulares, incluidas 22 mujeres. Ellas aprenden a hacer “escaramuzas”, modalidad con suertes distintas a las del charro.

Una alumna, Alma de la Torre, de 20 años, viste el tradicional traje de Adelita, inspirado en el que mujeres combatientes usaban durante la Revolución mexicana, con falda amplia, blusa ceñida y sombrero de ala ancha.

“Desde los cuatro años empecé, desde chiquita me empezaron a montar mis papás”, dice.

LEG