Mijaíl Gorbachov, último líder de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, falleció el pasado martes 30 de agosto a los 91 años. Pocos han penetrado la época reciente como aquel estadista. En 1985, una vez que ascendió al poder, puso en marcha reformas de gran calado e impulsó el acercamiento con las principales potencias del orbe.

Su legado es indiscutible. Promovió el desarme nuclear de la mano de Estados Unidos; levantó la ocupación soviética de Afganistán; regularizó las relaciones diplomáticas con China; facilitó la caída del Muro de Berlín y la reunificación de Alemania; distendió la Guerra Fría y protagonizó el declive de la Cortina de Hierro. Además, recibió el Premio Nobel de la Paz en 1990, por abonar a la paz mundial.

Gorbachov se encontró con una URSS desgastada. Por lo cual, el exmandatario implementó dos estrategias clave, mejor conocidas como perestroika o reestructuración económica, y glásnost, es decir, apertura política. A finales de la década de los 80, México atravesó por un proceso de modernización simultáneo.

Pese a las fuerzas y presiones internas que enfrentaba, el expresidente soviético reconoció la urgencia de avanzar y concretar los cambios proyectados. Las promesas democráticas debían sintonizar con las realidades económicas. Quizá sea oportuno mencionarlo con relación a la carrera sucesoria hacia 2024, y el país que anhelamos construir.

En una ocasión, Henry Kissinger conversó con Salinas de Gortari en Los Pinos sobre el papel de Gorbachov. Al respecto, el exsecretario de Estado manifestó: “La historia nunca ha mostrado gratitud para los gobernantes reformadores”. Aquí es preciso definir qué entendemos por transformación y cuáles son los apuntes históricos en el marco de cuestiones relevantes como el pulso democrático y la perdurabilidad de las instituciones, entre otros aspectos.

Para diciembre de 1991, la Unión Soviética había colapsado. Los líderes de tres de las 15 repúblicas que integraban la URSS —Bielorrusia, Rusia y Ucrania— firmaron su disolución tras siete décadas de existencia. Putin calificó este hecho como la “mayor catástrofe geopolítica del siglo”. Finalmente, Occidente juzgó con sus propios lentes lo ocurrido, pasando por alto la contribución de Mijaíl. En tanto, Rusia y otras naciones excomunistas se refugiaron en formas de Gobierno autoritarias.

Cabe destacar que, con la llegada de Boris Yeltsin, sobrevino una serie de sucesos que desencadenaron guerras civiles, pobreza, así como otros fenómenos que podrían explicar la anexión de Crimea en 2014 y la invasión rusa a territorio ucraniano.

Mijaíl Gorbachov, hombre visionario, fue enterrado este fin de semana —el funeral no tuvo rango de Estado y Putin estuvo ausente—. Ello demuestra que aún deberá correr el tiempo para hacer un balance justo de su legado reformador.

¿O será otra de las cosas que no hacemos?

Consultor y profesor universitario

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