Únicamente con la aceptación, los conflictos empezarán a transformarse

Raimon Samsó 

Aun estando solos, llevamos la familia a donde quiera que vayamos, y allí donde nos establezcamos o decidamos pasar la mayor parte de nuestro tiempo, la refundaremos, la reproduciremos y, con ello, recrearemos sus conflictos, hasta que logremos liberarnos de ellos.

En un nuevo hogar, junto a nuestra pareja e hijos, en el centro de trabajo, la escuela, el grupo de amigos y hasta en las redes sociales, todos, e inconscientemente, le asignamos roles a las personas con las que nos relacionamos para superar nuestros conflictos familiares y heridas de la infancia.

Así que, en el núcleo de toda nuestra historia personal y nuestras relaciones, de la clase que sean, está el alma colectiva de la familia, tratando de evolucionar a través de cada uno de sus miembros.

Cuando reconocemos problemas y conflictos familiares solemos avergonzarnos y tratar de justificarlos con la parte buena del clan: el amor, la solidaridad, etc., o podemos incluso convertirlos en un drama para culpar a alguien de nuestras limitaciones y fracasos.

Pero en toda familia hay conflictos, porque el ser humano debe partir de ellos para aprender a desarrollar el amor como práctica cotidiana, actitud, conducta, congruencia de pensamiento, palabra y obra.

Es por ello que lo sano en toda familia es que existan conflictos. Quien piense o asegure que su entorno familiar es perfecto, simplemente está en negación. Es a partir de los problemas que los miembros del clan se liberan de creencias erróneas, limitaciones y emociones negativas, para alcanzar la plenitud como personas.

Para conocernos a nosotros mismos es indispensable observar, sin juicios, a nuestra familia y sus dinámicas, comprender a cada uno de sus miembros y las interacciones entre todos.

Podemos hablar de cinco dinámicas familiares que serán determinantes en nuestra formación, ya seamos sumisos o rebeldes, es decir, las ovejas negras o los obedientes: lealtades, silencios, prohibiciones, órdenes y roles. Todas se interrelacionan entre sí, en diversos y complejos patrones psíquicos y conductuales. En cada una surgen diversos conflictos, que se complican por la interacción entre ellas.

Vamos a los ejemplos: las lealtades pueden ser muy claras, y manifestarse en, por ejemplo, lo que conocemos como complejos de Edipo y Electra. Pero también pueden ser invisibles, y son éstas las que más conflictos y daño causan a los miembros de la familia.

Cuando hablamos de lealtad no solo nos referimos a ese sentimiento de solidaridad y compromiso con un grupo o una persona, del cual partimos para formular la creencia de que estamos obligados a algo para refrendar nuestra pertenencia. En realidad hay zonas emocionales oscuras en este tipo de vínculo, como la culpa y la vergüenza, para quien lo acepta; o la “mala conducta” y el resentimiento, para quien lo rechaza.

Veamos primero un caso de este tipo en lealtad a toda la familia, bajo otra de las dinámicas en interacción, la de las órdenes, y para hacerlo un poco más complejo agregamos la de los roles: en México existe la idea de que la pobreza es virtud, y hay familias que han decretado, como clan y unidad, ser orgullosamente pobres. En estos casos, algunos miembros se sentirán profundamente culpables por traicionar su creencia, y con ello al alma misma de la familia, si progresan y elevan su estatus económico. Habrá otros, por supuesto, los rebeldes, que no aspiren a otra cosa más que a romper ese paradigma.

Y hay que tomar en cuenta que lo mismo que pasa en la familia, que es el laboratorio social, se reproduce en toda la sociedad, como base mayor de identidad ciudadana. Por esta colectivización en macro de las creencias podemos hablar de nacionalismo, patriotismo y fanatismo, entre otros ismos.

La rigidez que ocasionan las órdenes y las prohibiciones estrictas es fuente de no pocos conflictos familiares, pero los silencios pesan y perjudican más, aunque eso lo veremos en el siguiente artículo.

@F_DeLasFuentes

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