¿Cuál es el estado que guarda la nación? En estos tiempos, todo depende del cristal con el que se mire al país.

La información confiable es cada vez más escasa. Muchos de los rubros de gasto están reservados, ya no es información pública y por lo tanto no es auditable. Cada vez hay menos autonomía de gestión en la administración pública.

Los datos estadísticos de Hacienda, el Inegi o Banxico deben de mantenerse con estricto rigor técnico si no quieren que los mercados castiguen de manera drástica cualquier imprecisión negligente en los datos fundamentales del comportamiento de la economía.

Pero es un hecho que cada vez hay menos acceso a la información del desempeño del Gobierno federal y en su lugar hay una larga lista de dichos políticos que el propio presidente Andrés Manuel López Obrador se encarga de emitir y coordinar para la repetición al pie de la letra por parte de sus subalternos.

Es un hecho que los Informes de Gobierno de los que podamos tener memoria nunca se han distinguido por ser un ejercicio de transparencia y un momento presidencial de confesión de los fracasos y promesas incumplidas.

Solo que aquel tono institucional y esa manera de usar las estadísticas para presentar la verdad del mandatario en turno se han cambiado por arengas totalmente partidistas y afirmaciones carentes de cualquier sustento en los datos.

Son ya cuatro años de esta administración y es un hecho que seguirá intacto el reparto de culpas a los neoliberales del pasado, como fuera el discurso de toma de posesión. Nada que manche el plumaje de la 4T.

Podrá ser evidente que muchos de los datos que ofrezca el presidente López Obrador este jueves a las 5 de la tarde frente al mural de Diego Rivera de Palacio Nacional serán imprecisos, pero tendrán invariablemente el añadido inmediato de responsabilizar a sus adversarios. Eso será más que suficiente para que su clientela política dé por bueno ese imperio de los otros datos.

Fue la oposición radical de la llamada izquierda mexicana la que sacó a los presidentes del recinto legislativo de San Lázaro donde se rendían los informes de Gobierno.

A partir de ahí los presidentes se han encerrado en escenarios controlados donde lo único que reciben son aplausos, lo que ha anulado por completo la posibilidad de diálogo entre poderes de la Unión que constitucionalmente están al mismo nivel.

Así, el mensaje del jueves de López Obrador, y el cúmulo de documentos que habrá de enviar al Congreso tras su discurso vespertino de Palacio Nacional, no será un Informe de Gobierno, será un mensaje partidista con el contenido habitual, aunque en un escenario y horario diferentes dentro de la misma locación del Palacio Nacional.

Porque, además, fue el propio Presidente el que anuló las expectativas de algún anuncio espectacular. Él mismo las traspasó al discurso que habrá de pronunciar el 16 de septiembre, día del aniversario del inicio de la guerra de Independencia, cuando hable de la relación con Estados Unidos y Canadá y su visión del sector energético mexicano.

Así, estamos en la antesala de un discurso más dirigido a los simpatizantes del movimiento político-electoral del Presidente, no ante un auditable informe del estado que guarda la nación.

 

   @campossuarez