Qué locura”. Esto fue lo primero que pensé tras ver Elvis, el despampanante espectáculo visual del director Baz Luhrmann. No solo por sus bizarros cortes de edición, o su ambiguo estilo narrativo—el cual te deja vacío—, si no por el tema central: las celebridades como mercancía.

Ya sé: la figura de Elvis Presley está beatificada en esta cinta, como suele suceder en muchas otras del tipo. Sin embargo, puedo comprender la falta de libertad, la soledad y que el amor superficial de millones no se compara con el real de pocas personas.

Al final del día, la gente famosa debe mezclar su día a día con su personaje de famosx, porque nunca sabes quién está mirando ni en qué momento. Cuando se es un artista lleno de éxito, cualquier plataforma es un pretexto para vender algún producto. ¿Qué pasa cuando lxs intérpretes se vuelven productos de mercadotecnia? La ruina personal.

Nadie lxs conoce por su verdad. Romper su estatus de dioses podría acabar su carrera en un abrir y cerrar de ojos.

Esto es bien sabido por los managers, quienes son retratadxs como la figura villanesca, como de telenovela, en estas narrativas. La serie de Luis Miguel es un claro ejemplo de ello: Luisito Rey es el papá explotador, haciéndole la vida imposible al angelical cantante, tomando provecho de su fama con tal de recibir más billete. El personaje de Tom Hanks en Elvis tiene un rol similar. Aunque la cinta falla en denotar realmente la complejidad de una relación entre un artista y su representante, el mensaje es claro: la deshumanización hasta el borde del colapso con tal de complacer al público, y por tanto, a la billetera de quienes lxs representan.

Sin embargo, la audiencia es cómplice de esta tiranía. Si alguna de las celebridades decide retirarse, nos cuesta trabajo asimilarlo. Aunque redes sociales han ayudado a ver la persona detrás del escenario, nos es difícil digerir ciertos aspectos, como que una estrella quiera descanso y cancele conciertos por temas de salud mental, o nos decepcionan cuando hacen algo fuera de nuestra imagen de ellas, como tener una relación con otra persona mundana, o cuyas apariencias no son las perfectas, entre otros ejemplos.

De cierta forma, podemos llegar a exigir demasiado de un artista, como si fuera un televisor descompuesto, una pasta de dientes causando caries o una manzana con gusanos. Se nos olvida su propósito, el cual no es solamente darnos contenido cuando queramos, y que tienen una vida fuera de ser celebridades. Lo hacen por gusto, sí, pero es válido desaparecer cuando las luces se apagan. Esa presión ha acabado con las vidas de muchas celebridades —Jim Morrison, Kurt Cobain, Whitney Houston, Avicii, entre otros— Elvis nos recuerda cuán peligroso puede ser olvidar al humano detrás del artista, fuera de su valía en el mercado de la industria del entretenimiento.

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