Héctor Zagal

Héctor Zagal

(Profesor investigador de la Facultad de Filosofía de la Universidad Panamericana)

¿Saben quién es el mejor amigo del humano? Algunos dicen que el perro. ¿Por qué? Cuando una persona da de comer a un gato, lo cuida y le hace mimos, el gato piensa: “Caray, este humano me trata muy bien; ¡debo ser un dios!”. Cuando una persona alimenta a un perro, lo cuida y le hace mimos, el perro piensa: “Caray, este humano me trata muy bien; ¡debe ser un dios!”. Aunque suene cursi, esta bonita relación entre el Homo sapiens y el Canis lupus familiaris no dista de ser así.

La amistad entre el perro y el hombre lleva unos 15 mil años; otros estiman que podría tener hasta 35 mil años de antigüedad. Para que se den una idea, fuimos amigos de los perros antes de que el hombre empezara a cultivar y a formar asentamientos agrícolas. Es probable que, primero, los lobos (Canis lupus) empezaran a seguir al hombre de las cavernas debido a los restos de comida que éste dejaba tras de sí. Poco a poco, hombre y lobo se volvieron útiles para el otro, y el lobo fue domesticado de tal suerte que surgió una nueva especie. Junto al hombre, el perro tenía comida y refugio. El hombre, a cambio, ganaba protección. Pero no sólo eso, el perro, dejando tras de sí la fiereza del lobo, se volvió dócil, cariñoso, fiel.

Algunos piensan que los perros son animales útiles para protegernos y nada más. Sin embargo, otros consideran que son amigos, parte de la familia. Cuando una mascota muere, nos sentimos tristes. Los perros son más que un objeto que siempre está ahí. La compañía que nos dan va más allá. Sin embargo, ¿realmente podemos ser amigos de los perros? Los amigos nos conocen tanto o más que nosotros mismos; nos escuchan, nos dan consejos, nos comparten ideas, emociones, gustos, miedos. La amistad surge del mutuo conocimiento, respeto, admiración y cariño. ¿Podemos tener esa reciprocidad con un animal no-humano, con un perro? Aristóteles pensaba que no, pues nos es imposible comunicarnos con los animales de manera racional. Podemos entender las pasiones nuestro perro de acuerdo con los sonidos que hace: miedo, enfado, advertencia, emoción, tristeza. Pero una amistad requiere de un componente intelectual. Ello no significa que no podamos quererlos, pero lo que piensan nos es desconocido.

A veces me pregunto, por ejemplo, qué pasaba por la cabeza de Laika cuando fue enviada al espacio exterior. El 3 de noviembre de 1957, a bordo del satélite ruso Sputnik 2, Laika abandonó la Tierra. Su muerte era segura, pues no se contaba con la tecnología necesaria para regresarlas. ¿Cómo le habrá ido con los cambios de presión y gravitacionales? ¿Habrá reconocido la Tierra como el planeta desde el que fue enviada? ¿Estaba consciente de que formaría parte de la carrera espacial entre la URSS y EEUU? ¿Sabía que su historia sería inmortalizada por Mecano? No podemos saberlo porque, como bien veía Aristóteles, no podemos comunicarnos a un nivel racional con los perros.

Quizá es la mezcla de cercanía emocional y distancia racional con los perros lo que nos inspira a hacerlos parte de la mitología y religión. Anubis, por ejemplo. Anubis era el dios funerario del antiguo Egipto, patrón de embalsamadores y guía de las almas en el más allá. Es representado como un gran perro negro acostado sobre su estómago, pero también como un hombre con cabeza de chacal, un depredador carroñero del género Canis. Los perros pueden ser despiadados y agresivos, pero también pueden ser leales y empáticos. Quizá por ello no sólo Anubis es guardián de la muerte. ¿Recuerdan a Cerbero? Mascota del dios Hades y que se aseguraba de que los muertos no salieran del Inframundo y cuidaba que los vivos no entraran. Ah, y un pequeño detalle: tenía tres cabezas. ¿No les recuerda a otro gran perro de tres cabezas? Fluffy, de Harry Potter, es guardián de la piedra filosofal. Como Cerbero, Fluffy también se duerme con música de cuerdas. De acuerdo con el mito, Orfeo entró al Inframundo tras dormir a Cerbero con la magia de su lira.

En la antigua Grecia, los perros no sólo eran feroces guardianes. Después de batallas y peripecias, Odiseo regresa a su patria en Ítaca. Han transcurrido veinte años y, para evitar una emboscada, aparece en su palacio disfrazado. El único que lo reconoce de inmediato es Argos, su perro. Dos puntos del relato de la Odisea llaman la atención. Primero, el olfato de un perro nunca falla. Segundo, Argos fue un perro longevo, veinte años. Y fue tal la emoción de Argos, que murió tras reconocer a su amo.

El próximo 21 de julio se celebra el Día Mundial del Perro. Es un buen momento para celebrar el enigma de lo que ocurre detrás de la tierna mirada de un lomito.

Sapere aude! ¡Atrévete a saber!

@hzagal

Profesor de la Facultad de Filosofía en la Universidad Panamericana