La violencia asociada al uso de armas de fuego es una constante en todo el planeta. La guerra y los conflictos son un negocio multimillonario para las empresas que fabrican y venden armamento; por tanto, es imposible pensar en una caída en la demanda de éste, pues su presencia usualmente genera una carrera entre bandos rivales e intereses contrapuestos.

En México los tiroteos suelen darse entre grupos del crimen organizado o entre éstos y las Fuerzas Armadas del Estado. Este tipo de sucesos aumentó exponencialmente en el sexenio que comenzó la fracasada guerra contra el narcotráfico, con un incremento del 900%.

Queda claro que los conflictos bélicos sólo redundan en pérdidas de vidas humanas, en la desensibilización de la sociedad hacia la violencia y en un aumento constante del poder de fuego, lo cual es especialmente preocupante en territorio mexicano, por nuestra vecindad con Estados Unidos, el mayor productor de armas a nivel mundial.

Si bien la violencia de los cárteles de la droga se reduce considerablemente al cruzar nuestra frontera norte, en la Unión Americana el fenómeno de los tiroteos, perpetrados usualmente por asesinos solitarios, se ha ido incrementando en los últimos años, sin un aparente trasfondo ideológico, religioso, político o reivindicativo específico. En cambio, las situaciones reiteradas son los contextos de desigualdad, las ideas y conductas antisociales, y —como la experta en criminalística Mary Ellen O’Toole señala— la formación de “recolectores de injusticias”, es decir, personas con gran resentimiento por injusticias reales o percibidas.

Este trágico pasaje en la historia estadounidense recuerda al “Eróstrato”, de Jean-Paul Sartre, cuento en que el autor francés narra la visión de un hombre empobrecido, desempleado y sin relaciones afectivas, que pasea por las calles de París apretando en su bolsillo un revólver con el que fantasea quitarle la vida a gente al azar. Su gusto por las torres de Notre Dame, las plataformas de la Torre Eiffel y la Basílica del Sagrado Corazón residía en la perspectiva de arriba hacia abajo que le permitía ver a las personas como hormigas y experimentar la superioridad, aunque fuera únicamente por posición.

El cuento toma su nombre de Eróstrato de Éfeso, un pastor que quiso encontrar grandeza y pasar a la historia no por sus habilidades, sino por ser el incendiario del Templo de Artemisa, una de las siete maravillas del mundo antiguo. Se dice que su nombre fue prohibido, pero ello no evitó que su fama siga viva hasta el día de hoy.

El último tiroteo en Estados Unidos, cometido por un joven de 21 años que disparó al azar desde la azotea de un edificio, es otro trágico ejemplo de una tendencia criminal ante la frustración social y la falta de atención a la salud mental.

El cuento de Sartre es un recordatorio de que los valores no son innatos en la humanidad (la existencia precede a la esencia), sino que requieren cultivarse en la niñez y la juventud. El Estado, hablando de cualquier país, debe garantizar un ambiente libre de violencia e injusticias para las y los menores, y eso incluye la regulación del mercado legal y el tráfico de armas.

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