El reciente triunfo electoral de Gustavo Petro y Francia Márquez en Colombia, me conduce a adelantar algunas reflexiones al respecto, más allá de lo histórico de este resultado, que sin duda lo es, así como más allá del racismo, el clasismo y el sexismo que trasluce el triunfo de la fórmula integrada por una mujer afrodescendiente y un exguerrillero. Conviene precisar que ambos trascienden esas identidades.

Ya tiene varios lustros que los procesos electorales en América Latina se viven con la pasión que genera la promesa de cambio. Si bien es cierto que este puede darse desde una perspectiva de izquierda o de derecha. Desde hace ya mucho tiempo, el fantasma de Cuba se ha usado por diversos voceros para descalificar a ciertos candidatos y ni qué decir de Venezuela y la innegable sombra que proyecta el chavismo en la región. Por décadas hemos visto que las campañas de miedo, desprestigio y noticias falsas invaden los medios y pretenden sembrar desconfianza y desazón en un electorado que pasa de la certeza a la duda. Como caja de resonancia se van repitiendo, en cuanto espacio es posible, una amenaza que se cierne, de triunfar tal o cual fórmula, con muchos calificativos y pocos argumentos.

La difamación es un arma poderosa de los grupos en el poder para descalificar y los voceros son múltiples. Las opiniones suelen ser asimétricas en la medida en que quienes están a favor de la derecha, disponen de muchos más recursos en todos los sentidos. Personalidades de la cultura también intervienen con pronunciamientos que suelen tener una valoración particular, no quiero detenerme en el escritor Vargas Llosa a quien le sobran sitios para difundir sus postulados, prefiero referirme al músico británico Roger Waters quien en el año de las álgidas movilizaciones en Sudamérica externó su solidaridad con su versión de la canción “El derecho de vivir en paz” (https://www.youtube.com/watch?v=REe8D_A6uTw) y que previamente a los comicios colombianos alertó sobre la violencia electoral y la importancia de manifestar apoyo a los candidatos del Pacto Histórico.

En el transcurso de las campañas, también encontramos el juego de las casas encuestadoras que, no necesariamente reflejan el sentir de los electores, un arma más que busca inclinar la balanza. Es de resaltarse la masiva participación de una juventud de ambos sexos que no solo se manifiesta en las calles, sino que también acude a las urnas con la idea precisa de ser parte del proceso. Esto debe leerse como la importancia que se confiere a participar, a manifestarse, a expresarse a… ser.

Los resultados (como en caso colombiano o mexicano) suelen dar a los perdedores el discurso de una nación dividida, una versión maniquea que reduce el enfoque a buenos y malos, a ustedes y nosotros. La omnipresencia de Estados Unidos antes, durante y después de los procesos electores es inocultable y si durante el siglo pasado optó por el golpe militar para conservar su influencia, en el presente se vale de otras estrategias para recobrar lo perdido.

Colombia se coloca como el ejemplo más importante de que es posible ese cambio, tan soñado y anhelado por tantas personas dentro y fuera de sus fronteras y para las fuerzas progresistas, México y Colombia simbolizan que el poder derechista y ultraderechista no es eterno. La apuesta por la tan postergada justicia social y la violencia desatada son dos de los retos que ambos países enfrentan. Un inmenso desafío. El triunfo de Gustavo Petro y Francia Márquez no son solo de Colombia, son de América Latina.

No olvidar que los procesos electorales son, sin dudar, una posibilidad de cambio por la vía democrática. Asimismo, que abrevan de las movilizaciones en las calles que dejaron muertos y heridos tras los clamores que exigían un cambio en las políticas económicas de exclusión y que recibieron como respuesta una brutal represión. Se abre el horizonte de expectativas.

  @silviasoriano5