Era mediados de marzo del 2020. Estaba corriendo por las calles de Madrid. Hacía calor a pesar de ser invierno. Ante mi asombro vi como los bares y los negocios de mi capital empezaban a cerrar.

– ¿Qué pasa?

– El gobierno nos ha obligado a cerrar por la pandemia.

Todo el planeta hizo lo mismo. Y no cerró por vacaciones, sino que lo hizo por una pandemia que por primera vez sería global. Madrid, México, Oslo, Buenos Aires, Tokio, Estambul, todo el mundo se enconchó ante un virus que dejaría millones de muertos físicos y económicos. Murieron millones de personas y se destruyeron trabajos a marchas forzadas. Los encierros fueron duros. Tal vez porque no estábamos acostumbrados. Hubo países como España dónde no se pudo salir de las casas con la reserva de multas que podían llegar hasta los seiscientos mil euros. Fue entonces cuando pensamos entender que el ser humano tenía que evolucionar y ser generoso con sus congéneres. Pero como siempre la duración de la generosidad y la solidaridad fue una exhalación. Pronto esa interiorización desapareció y el individualismo del ser humano lo fagocitó.

Como en las borracheras en las que un clavo saca otro clavo, un evento sepultó a otro. Vladimiro Putin decidió invadir Ucrania. Las miradas se dispararon hacia las imágenes de la guerra. Asistimos en vivo a los bombardeos de Kiev y Mariúpol y Járkov y Odesa y de tantas otras ciudades de un país del que sólo sabíamos que había mujeres bellas y una frontera con el gigante ruso. Nuestros ojos se abrieron ante masacres como la de Bucha, ante las atrocidades de un ejército, el ruso, que sólo cumplía órdenes del zar Putin. Las fronteras del este ucraniano se movían como si fuera papel, mientras occidente poco podía hacer ante la amenaza real de una guerra nuclear. Vivimos en carne propia como esa invasión podía convertirse en una expansión regional con el consiguiente peligro de una guerra a escala mundial. Sentimos el miedo de los efectos indeseables de una “respuesta” nuclear. Claro que tendemos a olvidarlo, a olvidar lo mismo que con la pandemia.

Cuando quisimos darnos cuenta, las conversaciones se convirtieron en recurrentes. El pirata Jack Sparrow, Johnny Depp, había conseguido que su exmujer, Amber Heard, le pagara diez millones de euros en un divorcio sangrante. Y todo ello con tintes novelescos, ante un supuesto romance entre Johnny Depp y Camila Vasquez, su atractiva abogada. El mundo olvidó la pandemia y la invasión de Ucrania para dedicarse a ver la telenovela actual de dos famosos actores y una tal abogada en discordia.

¿Qué será lo siguiente? Ya lo tenemos en el horizonte. Qatar y los mundiales terminarán de enterrar a la pandemia, a la invasión de Ucrania y hasta al indestructible Jack Sparrow.

Es lo que tiene el ser humano, ¿qué se apuestan?

  @pelaez_alberto