En el futbol la refutación del 2 + 2 = 4 se llama Real Madrid.

La estadística es clara: las probabilidades de triunfo se desploman cuando son muchísimas más las veces en que el rival remata con peligrosidad a tu portería que las que tú logras rematarle. Sí, todo eso en un aula y completando larguísimas fórmulas matemáticas ante el pizarrón… tan distinto al volcán de emociones que es el deporte.

Los merengues se han convertido en ese boxeador que, sabedor de que perderá su combate de llegar a la decisión, apuesta a resistir estoicamente los puñetazos y a meter un golpe de nocaut (¿se acuerdan de JC Chávez contra Meldrick Taylor?).

Arrinconado contra las cuerdas por tres contrincantes que no sólo eran superiores sino que además enfatizaban a cada minuto su superioridad, el Madrid jugó a sobrevivir. Ya se ha hablado demasiado de los tres goles de Benzema ante ese París Saint Germain que en su cabeza asumía ir camino a golear en el Bernabéu. Ya se ha loado el imposible despertar frente a un Chelsea que todavía analiza el espacio aéreo en búsqueda de respuestas sobre el balón de tres dedos elevado por Modric. Ya se han acabado los adjetivos con el escapismo, Mendy repeliendo en la línea disfrazado de Houdini, Rodrygo emergiendo sin rasguños de las aguas de Alcatraz, en los minutos de compensación ante el City. Ya se han reunido ante el Vaticano argumentos milagrosos para beatificar a Saint Thibaut (población que de hecho existe 115 kilómetros al este del Stade de France parisino) en virtud de lo atajado contra el Liverpool.

Pasando por su lengua sangre de alguna herida cual Bruce Lee, las cuatro veces el Madrid supo que las probabilidades se hacían adversas: si convierten tu área grande en su campamento, si te rematan como te rematan, si apenas logras enlazarte con tus delanteros, si la teoría dicta que tu tercia de mediocampistas caducó hace un tiempo… Y, sin embargo, los cuatro mejores equipos del panorama futbolístico actual sucumbieron en línea. Ya podrán hacer terapia de grupo para compartir sus traumas: te juro que ya no respiraba, todos escuchamos el pitido de su monitor cardiaco, de verdad que yo vi sus ojos perderse, hasta llegué a experimentar compasión al ver que le aplicaban los Santos Oleos…

Entre más se repita que el Madrid no era el mejor equipo de esta Champions, más se alimentará su incomparable leyenda (¿o qué otro adjetivo utilizar para quien tiene ya el doble de títulos europeos que el más cercano perseguidor?). Porque si no era el mejor, alguna cascada épica habrá sido capaz de desbordar para una, y otra, y otra, y otra vez ganar.

Y todo con un plantel que estaba en aparente periodo de transición. Esperando al nuevo galáctico que no llegará, con un director técnico que dirigía al Everton en la media tabla de la Premier y había sido destituido del Nápoles, recién emigrado a París algo más que su capitán, como mejor pagados dos futbolistas que no juegan, con adolescentes que un año atrás eran la más impaciente duda, con un goleador al que -vaya paradoja- faltaba instinto de gol.

Cada equipo insufla su inconsciente colectivo de una determinada manera de jugar. Mientras los demás se ocupan de eso, el Madrid no juega más que a ganar. Absurdamente, no faltara quien crea que eso es poca cosa.

 

Twitter/albertolati

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