La novena Cumbre de las Américas se llevará a cabo en Los Ángeles, California, del 6 al 10 de junio. En dicho encuentro se darán cita los mandatarios de los países que integran la región. La administración de Joe Biden ha realizado múltiples esfuerzos con el objetivo de que el evento no resulte un rotundo fracaso —la primera dama, Jill Biden, ha viajado a Ecuador, Panamá y Costa Rica para destacar la importancia de las relaciones diplomáticas, mientras que el exsenador Chris Dodd ha negociado con México y Brasil—. Ello supondría un costo político elevado para el Partido Demócrata de cara a las elecciones intermedias de este año y las presidenciales de 2024.

El presidente López Obrador se ha manifestado a favor de que todos los líderes del hemisferio estén presentes en la Cumbre, a fin de sentar los cimientos de una nueva etapa para las naciones de América. Chile y Bolivia también se han pronunciado en esta línea. Por su parte, Guatemala ha declinado. Jair Bolsonaro, presidente de Brasil, se ha inclinado a no participar por asuntos exclusivamente internos ya que se celebrarán comicios en los próximos meses.

Cabe señalar que el Gobierno de Estados Unidos optó por no extenderles la invitación a Cuba, Nicaragua y Venezuela; asimismo, puso sobre la mesa la intención de discutir temas del ámbito internacional como el agravamiento del conflicto en Ucrania. Ambos hechos pretendían transmitir una visión geopolítica al resto del continente; sin embargo, este enfoque no es aceptado en varios rincones de América Latina. Por otra parte, la polémica aumentó una vez que el Gobierno de Biden decidió emitir una invitación a España.

Especialistas internacionales y diplomáticos han coincidido en que son tiempos contraproducentes para organizar una Cumbre. Quizá hubiera sido conveniente planear la reunión hace un año en el marco del combate a la pandemia de Covid-19 y del manejo de la crisis económica.

La situación en la cual se encuentra la Casa Blanca es sumamente compleja. En los últimos años se ha intensificado el distanciamiento entre Washington y América Latina. Lejos quedó aquella Cumbre en Miami, Florida, en diciembre de 1994, donde Bill Clinton dominaba buena parte del escenario. Barack Obama pareció emprender una nueva fase en la relación, pero el triunfo de Trump desactivó toda expectativa. Biden no ha logrado posicionarse como un referente clave ni ha establecido un programa claro para AL y el Caribe.

Hoy, tenemos una región profundamente fragmentada y con pocos liderazgos. Incluir en el foro multilateral a Cuba, Nicaragua y Venezuela podría transformar la Cumbre en una plataforma para que los presidentes articulen discursos antagónicos y fijen agendas propias. El gran desafío por delante consistirá en formular una política de integración y cooperación con una perspectiva continental.

¿O será otra de las cosas que no hacemos?

Consultor y profesor universitario

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