Perder a tus padres te cambia para siempre. Es perder parte de uno mismo. Hablamos de la conmoción, negación, ira y tristeza de despedir a los que nos trajeron al mundo. La pérdida del ser querido, en particular de los progenitores, debe ser uno de los sentimientos más dolorosos.
Afortunadamente viven mis jefes aún. Hace unos días se me acercó un desconocido, y al ver como abrazaba a mis papás, y ellos a mi hijo menor, me interrumpió para decirme entre lágrimas: disfrútalos, “yo acabo de perder a mis viejos.”
Peor aún cuando la pérdida es violenta. No es lo mismo enterrarlos de viejos, que después de un homicidio y un cáncer en la plenitud de la vida. Eso les pasó a Luis Donaldo Colosio Riojas y a Mariana.
 
Hace ya varios años, quizá 10, viaje a Monterrey. Comí en el Camino Real de San Pedro y ahí estaba el jovencito. Me presenté y charlamos varios minutos. Me pareció un ser humano excelente, un chavo fabuloso, y un abogado muy elocuente.
Le dije que entrevisté a su papá, que lo conocí muy bien gracias a Heriberto Galindo, Alfonso Durazo y Liébano Saénz. Se sorprendió al decirle que quiero y respeto mucho, a quien considero mi padrino en Nogales, don Nikita Kyriaquis -quizá el mejor amigo de su padre- y quien fue albacea de doña Diana Laura y el nacido en Magdalena.
Llegaron nuestros invitados, me levanté de la mesa que me invitó a compartir, y hasta un abrazo nos dimos. Nunca más lo volví a ver.
 
Después de una década lo vi como dueño de su propia firma, abrirse camino certero, y ganar un número impresionante de votos para convertirse en alcalde de Monterrey. Pero seamos claros: de ser un gran chavo, ser hijo del malogrado candidato del PRI a la presidencia, quedar su hermanita y él huérfanos muy niños, a saltar a Palacio Nacional, me parece muy exagerado.
 
No dudo que tenga capacidad, ni que algún día lo logre. No tengo duda de que posea ideas para transformar el país, y que esa garra la pueda demostrar algún día en las urnas. Pero de todo eso, a que pueda abanderar a la oposición, y de convertirse en el candidato de Dante Delgado en 2024 y gane, hay mucha diferencia.
 
Algunas casas encuestadores han bautizado sus estudios demoscópicos como “el factor Colosio”, pero saben en el fondo que el apellido vende, jala y entusiasma, pero no tiene con qué.
 
No tiene infraestructura, plan de gobierno, seguidores reales ni mucho menos encabeza un movimiento social real. Insisto, si hace un buen papel en Monterrey, puede saltar al aparato legislativo (diputado local, federal, senador de la República) y demostrar algún día que tiene suficientes espolones para dirigir Nuevo León, y quizá después de un buen Gobierno, levantar la mano para la primera magistratura del país, que también buscó su padre.
Que nadie se confunda: si tiene los tamaños Colosio para llegar a la Presidencia ya lo veremos; lo que está claro es que no será en 2024. Nos jugaremos en esa histórica elección el rumbo del país, el modelo de nación y la carretera que deberemos tomar hacia los próximos 32 años. De ese tamaño será la cita en las urnas dentro de dos años. Y Colosio, con todo y su conocido apellido, no tiene aún con qué emocionar a millones.
 
Más allá del primer edil de la capital norteña, los mexicanos observaremos en los próximos días si la oposición se une (como en la votación en la Reforma Energética) o se desmorona (como en la votación del aprovechamiento del litio).
Si van unidos (PAN-PRI-PRD y MC) hay amplias posibilidades de ganarle a Claudia Sheinbaum, Marcelo Ebrard o quien designe López Obrador. Si hay candidatos del PAN-PRD, PRI y MC, ya ganó el oficialismo. Debemos ir a las urnas con dos fuertes opciones, para así tener claro que queremos, y hacia dónde vamos. Sí, dos candidatos nada más, para que decidamos si nos vamos con melón o con sandía.
 
Colosio en la oposición podría dirigir la campaña, ser vocero o tener un papel relevante, pero aún no le alcanza para encabezar el esfuerzo histórico.
 
 
*Periodista, editor y radiodifusor @GustavoRenteria www.GustavoRenteria.mx