Héctor Zagal

Héctor Zagal
(Profesor investigador de la Facultad de Filosofía de la Universidad Panamericana)

¿Ustedes se saben el nombre de las calles y avenidas de la ciudad? ¿Conocen las horas pico y los atajos necesarios para librarlas? Ahora dependemos del Waze para llegar a todas partes. No hace mucho, un taxista era la fuente más confiable para aprovechar las mejores rutas de la ciudad. Ese conocimiento le permitía brindar un mejor servicio. Hoy por hoy, tanto para el taxista como para el conductor no profesional, ese conocimiento está concentrado en una aplicación que hace el trabajo por nosotros. Si podemos tener cualquier ruta en la palma de nuestra mano, ¿para qué aprenderlas? Ahora, aunque las aprendiéramos, ¿podríamos desplazar nosotros al Waze? Parece un escenario improbable.

La historia nos cuenta que el desplazamiento del conocimiento y habilidad humana a favor de la tecnología empezó en el siglo XIX, al comienzo de la Revolución Industrial en Inglaterra. Ned Lud vio el peligro del avance de las máquinas en el ámbito laboral después de que la introducción de telares mecánicos en las fábricas textiles amenazara con dejar sin empleo a los tejedores. Y es que las máquinas tienen una clara, digamos, ventaja, sobre el ser humano: no se cansa, no exige derechos laborales, no tiene un cuerpo que se enferme y requiera varios días de descanso, no tiene familia y cobra mucho menos. La desesperación del legendario Ned Lud lo llevó a romper el telar mecánico y a invitar a sus compañeros a hacer lo mismo. Pronto la preocupación de Ned Lud se convirtió en un movimiento social conocido como Ludismo, reacción contra las máquinas.

La automatización, esa gran utopía que prometía facilitar la vida del ser humano, se está volviendo contra él. Poco a poco hay más máquinas desplazando a trabajadores humanos. Es cierto que la automatización aumentó la productividad, lo cual tuvo un impacto positiva al incrementarse los salarios de los trabajadores. Sin embargo, eventualmente este incremento se estancó. Después se disminuyó. Finalmente, lo que nos queda es el desempleo. ¿Cómo saber si nuestro trabajo puede ser realizado por una máquina? La clave está en la predictibilidad. Pensemos, si alguien observara con total atención nuestra actividad diaria, y llevara un registro de cada paso realizado, y repitiera una y otra vez nuestras actividades, ¿podría realizar nuestro trabajo de manera eficiente? Si la respuesta es sí, es probable que un día llegue el algoritmo que nos desplace. La mayoría de los trabajos son rutinarios y predecibles, por lo que están potencialmente en riesgo de desaparecer del espectro de actividad humana.

¿Qué trabajos van más allá de la repetición de acciones? Aquellos donde la interacción humana es indispensable. ¿Dejarían que un robot incapaz de articular palabra alguna les cortara el cabello? ¿Irían a terapia con una máquina? ¿Estarían cómodos con un enfermero robot? Los trabajos donde la empatía, la habilidad para comunicarse con otros y para descifrar emociones, permanecen, hasta ahora, como propios de los seres humanos. Quizá llegue el día en que una máquina pueda consolarnos tanto como un amigo durante un duelo. Sin embargo, ¿es deseable ese futuro? Les confieso que a mí me da terror imaginarlo.

Sapere aude! ¡Atrévete a saber!

@hzagal

 

Profesor de la Facultad de Filosofía en la Universidad Panamericana