España mantiene dos tipos de relaciones diplomáticas. Las que tiene con México y el resto. México representa el país reflejo de Iberia. Somos dos naciones hermanas, dos espejos indisolubles. Nuestro ADN es muy parecido. Nuestras sangres son hermanas. Todos, mexicanos y españoles, tenemos la consanguinidad común, fruto de la mezcla de íberos y celtas y musulmanes y judíos, en un perfecto crisol que no hace sino enriquecer más a ambos países. Por mucho que se quiera borrar, es indeleble.

Mexicanos y españoles lucharon durante muchos años por restablecer unas relaciones que desaparecieron después de una guerra civil que dejó más de un millón de muertos y una dictadura tan férrea como ominosa. La poca representación que México tenía en España durante cerca de cuarenta años desapareció a raíz de los juicios sumarios y posteriores ejecuciones de cinco terroristas de ETA y del FRAP. Sin embargo, un grupo de políticos visionarios, con grandes miras de estado con el Rey Juan Carlos I a la cabeza fueron los que consolidaron que España y México volvieran a unirse para ir de la mano hacia el futuro.

Sin embargo, desde hace tres años la situación se complicó. Desde la atalaya de Las Mañaneras el presidente Andrés Manuel López Obrador recuerda con frecuencia, y no siempre para bien, a las empresas españolas. Puede tener razón el presidente cuando habla de unas empresas, muy pocas por cierto, que pudieron realizar malos manejos e irregularidades. Pero una cosa es un puñado de empresas y otra muy distinta es que quede la aureola de la corrupción sobre más de siete mil empresas españolas que están en México. Al contrario, los españoles y las empresas que van a trabajar a ese gran país que es México lo hacen con las banderas del sacrificio, el esfuerzo y la honestidad. Por eso a veces resulta injusto ese trato que se dispensa desde La Mañanera.

Pero no se deja de poner el dedo en el renglón. La carta a su majestad el Rey Don Felipe VI en la que el presidente López Obrador le pedía que se disculpara por los abusos de la conquista, la misiva a los parlamentarios europeos o la “pausa” que reclamaba para “reordenar” las relaciones entre ambos países, desde luego no ayuda a que las relaciones entre España y México vayan por buen puerto.

Recientemente, México nombró a Quirino Ordaz como nuevo embajador. Pasaron meses para que fuera ratificado. Era una señal inequívoca de que España no estaba contenta con el modo de expresarse sobre España por parte de las autoridades mexicanas. Finalmente llegó el embajador Ordaz.

No va a tener un trabajo fácil. Quirino Ordaz tendrá que convencer a las autoridades españolas de que no hay nada en contra de ellas. Pero no va a ser sencillo. Han sido tres años de golpear y descalificar a las empresas españolas. Por cierto que también tendrá que persuadir no sólo a las grandes empresas sino también a las pymes para que sigan invirtiendo en México. El país azteca sigue siendo un oasis de oportunidades con certeza jurídica y económica. Pero los empresarios españoles desconfían. Tampoco las autoridades mexicanas dan, en estos momentos, demasiada confianza. Estamos ante un nudo inextricable que sólo se podrá disolver con paciencia y mucha inteligencia. Y algo más. Con diplomacia, un arte que lleva más de cuatrocientos años y que en ocasiones se olvidan.

 

@pelaez_alberto