Foto: Arturo Romero / Aquéllos que ven por primera vez el adoratorio de Ehécatl se detienen a tomar una foto  

Bajo tierra quedan muchos de los vestigios de la antigua ciudad de México-Tenochtitlán, aquélla que los conquistadores españoles divisaron por primera vez en 1519 y que hoy pervive en las ruinas del Templo Mayor, los cimientos de la Catedral y las mismísimas entrañas del Metro.

Y es que el subterráneo de la Ciudad de México, uno de los más grandes del mundo, lo mismo permite viajar de un extremo al otro de la capital que conocer un poco más de las culturas prehispánicas, todo por el módico costo de los cinco pesos de la entrada.

En la estación Pino Suárez, Ehécatl, el dios del viento de los mexicas, trae desde la superficie el barullo de los puestos ambulantes que rodean los restos de su templo, que se exhibe en los pasillos de correspondencia entre las líneas 1 y 2, las primeras de la red que se construyeron.

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Así, Ehécatl transporta los sonidos de los comerciantes: “¡Chanclas! ¡Chanclas de a tres por 100 pesos! ¡Chamarra de a 200 para el frío! ¡Cubrebocas! ¡Cubrebocas!”.

Pese a la intensidad y frecuencia de los gritos, compiten con el murmullo de las miles de pisadas de quienes transbordan en esta estación.

Aunque es una zona arqueológica pequeña, su ubicación privilegiada permite que el templo sea admirado por millones de personas al pasar (en 2009, el Instituto Nacional de Antropología e Historia calculaba 54 millones al año) que se dirigen a sus destinos, provocando que quienes la ven por primera vez se detengan a tomar una fotografía.

El Templo de Ehécatl, conservado donde se encontró, es solo una parte de las 70 toneladas de restos arqueológicos que fueron encontrados en los años 60, durante las excavaciones para construir la Línea 1 del Metro.

Miles de piezas fueron catalogadas y estudiadas para luego ser depositadas en el Museo Nacional de Antropología.

Un poco más lejos en la estación Zócalo de la Línea 2, una maqueta de lo que fue el centro de Tenochtitlán recibe a los viajeros, mostrando la grandeza de la urbe que antecedió a la moderna Ciudad de México.

Y aunque la maqueta no es un vestigio en sí misma, funciona como una invitación a visitar las ruinas exhibidas en el museo del Templo Mayor e, incluso, la Catedral Metropolitana, que al descender a los túneles de sus cimientos, exhibe restos prehispánicos entre las columnas que la sostienen, los cuales podían visitarse antes de la pandemia.

También en la Línea 2, siguiendo dentro de lo que fuera el islote que albergó la capital del Imperio Mexica, se encuentra una exposición de arte prehispánico, realizada con reproducciones de fibra de vidrio de diversas partes de lo que hoy es la República Mexicana.

De Hidalgo, la figura masculina Tolteca; de Chiapas, la Lápida de Izapa; de Tlaxcala, la escultura de Chac Mool, y de Yucatán, el Atlante de la cultura maya.

 

 

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