En las tinieblas la imaginación trabaja más activamente

Immanuel Kant

Esa seguridad que hoy busca, tratando de mantener todo bajo control, será el tedio que mañana mate sus ganas de vivir. Llegará un momento en que sienta que la vida no está sucediendo, porque se habrá estancado, por miedo, no a la realidad, sino a lo que cree que es o podría llegar a ser la realidad.

Se habrá encerrado en su burbuja mental o zona de confort, construida de pensamientos y emociones tan habituales, aunque generalmente perjudiciales, que se moverá entre ellos como pez en el agua. Pero recuerde que el pez no puede ver el agua.

Y esta analogía nos lleva a la clave de toda obsesión: nuestra psique no distingue entre la realidad y lo que cree que es la realidad, porque no podemos ver el agua si no salimos de ella, aunque sea por un momento que nos haga conscientes.

Vamos a los ejemplos: usted cree que alguien en su trabajo, su círculo social o su vecindario le tiene mala fe, lo perjudica o intenta hacerlo, por lo cual lo convierte en su enemigo. Independientemente de que esté sucediendo o no, usted ya está viviendo en desconfianza, enojo y rencor, como resultado del relato que el miedo le ha estado contando, y mucho antes de que pueda objetivamente ver dicha posibilidad; así que, en concordancia con su creencia, encontrará muchos indicios en el comportamiento de esa persona que refuercen su creencia, y prácticamente enloquecerá, lo cual no solo le llevará a actuar de manera que, ahora sí, haga realidad su temor, sino que enfermará también físicamente, porque el receptor material del impacto emocional siempre es el cuerpo y viceversa.

Este es el proceso a partir del cual desarrollamos nuestras vidas, y por supuesto nuestras enfermedades: queriendo que todo aquello que nos lastimó no vuelva a suceder, lo revivimos a cada momento y terminamos volviéndolo de nuevo una realidad tangible, pues la imaginaria ya la venía usted padeciendo: era el agua que no estaba viendo, en la cual respiraba, vivía y sentía.

Esto impone mucha ansiedad y una gran angustia, motivadas por el miedo a volver a sentir el mismo dolor, que en realidad ha vivido sintiendo, aunque lo ahuyente a ratos. Nuestra psique toma todo esto como su verdad, y a partir de ella construye una zona de confort, pero sobre todo genera un impulso de controlar lo incontrolable para alejarse del miedo, la incertidumbre y la inseguridad.

Controlamos, pues, para evitar que suceda lo que creemos que es o podría ser la realidad. En este sentido, el control es una ilusión, como lo es nuestra creencia sobre lo que es real.

Todo sucede en nuestra mente, y es muy probable que nos sintamos o seamos incomprendidos porque la mente de los demás funciona diferente, y no entiende lo que sucede en la nuestra, hasta que encontramos, claro, un símil, con el cual nos engancharemos, para crecer juntos o para destruirnos mutuamente.

El control –siempre necesario, pero limitado a las acciones que día a día podemos realizar– se desnaturaliza, se vuelve obsesivo, formando parte de nuestra inadvertida agua patológica, cuando lo que estamos tratando de sostener es un andamiaje imaginario para apuntalar los muros de nuestra zona de confort, es decir, de la serie de creencias, pensamientos y sentimientos con los que estamos familiarizados, y por tanto nos dan la sensación de certidumbre y seguridad, pero que generalmente son dañinos para nosotros, por el simple hecho de que nos anclan a nuestros miedos.

Cuando se esté contando un drama mentalmente, y por ello sufra, se enoje, se angustie, tenga el irresistible impulso de hacer algo para controlar la situación, recuerde que no es la realidad, cuya naturaleza es siempre objetiva, sino lo que usted cree que es la realidad, pero no puede darse cuenta de ello porque es su agua.

@F_DeLasFuentes

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