Julio Patán

 

Vaya impresentable. Para abrir boca, según todos los indicios, se presentó infectado de Covid-19 ante la prensa, antes de lo cual, claro, mintió en abundancia mientras viajaba como si nada por todas partes, porque su chamba consiste, de manera central, en eso, en viajar.

Pero olvídense de la prensa. Parece increíble, propio de un sociópata o cosa parecida, pero, sin empacho, sin que le temblara una ceja, estuvo en contacto cercano con niños, muchos niños, sin cubrebocas. Porque, para que se vea quién manda, el cubrebocas, según hemos podido comprobar durante los dos años de Covid, no se pone, salvo cuando se topa con alguien que manda más que él y ni modo, se lo calza sin más trámites.

Claro que su presumible sociopatía no es excluyente: le gusta particularmente que lo fotografíen con las criaturas, pero, infectado y todo, según quedó ya debidamente documentado, anduvo por las calles igual, sin mascarilla, entre personas de todas las edades, porque ni modo de privarse del baño de pueblo, y, más importante aún, ni modo de privar al pueblo de su presencia casi divina. Claro que sí: intubados pero felices, plenos, agradecidos.

Desde luego, entre sus pares hubo quien levantó la voz: que más allá de la irresponsabilidad, por decir lo menos, de exponer a la población al contagio a mayor gloria de tu popularidad, si eres un figura con ese peso tienes que dar un buen ejemplo siempre, y particularmente con una pandemia tan despiadada como ésta, cuando el país suma ya contagios por decenas de miles cada día.

Y sí, tenemos que estar de acuerdo con esas voces críticas. Lo que pasa es que si se hubiera movido un paso de esa línea de comportamiento no hubiera sido él, y sabemos también, desde siempre, que está encantado de ser él: nada le gusta más. No hay, pues, lugar a la sorpresa.

Después de todo, es la misma persona que cree que el mundo se rige por conspiraciones oscurísimas, que desde el inicio de la pandemia trató de minimizar la peligrosidad de este virus, y que sostiene teorías demenciales que no duda en calificar de científicas.

Sobre todo, no hay manera de sorprenderse porque tiene el primerísimo rasgo del conspiranoico famoso: pese al poder enorme que acumula, ese que casi siempre le permite salir impune, se presenta, sin excepciones, como una víctima.

Un impresentable, insisto. Merece, sin duda, el título de “Primer covidiota de la nación”. Me refiero a Novak Djokovic, por supuesto. Es cuando uno agradece no haber nacido en Serbia, ¿verdad compatriotas?

 

 

@juliopatan09