Héctor Zagal

Héctor Zagal

(Profesor Investigador de la Facultad de Filosofía de la Universidad Panamericana)

La noche que une al 5 y 6 de enero, hay que estar atentos a movimientos extraños entre los arbustos, al doblar la esquina, cruzando los caminos de cebra. Si tenemos suerte, quizá podamos descubrir los valles andantes que lleva a la espalda el camello de Baltasar o las grandes orejas del elefante de Gaspar. O podríamos escuchar el relinchar del caballo de Melchor. Cada uno lleva consigo regalos especiales, mirra, incienso, oro. Aunque también cargan con áloe, muselina, lino, púrpura, nardo, cardamomo, canela, perlas, plata, zafiros. Sin embargo, los regalos más importantes son el oro, el incienso y la mirra. El oro aludía a la realeza de Jesús. El incienso, elemento esencial en rituales religiosos y ofrendas, reconocía su divinidad. La mirra es un emblema de muerte pues formaba parte de los embalsamamientos y la unción de cadáveres en ritos funerarios. Así, la mirra anunciaba ya la pasión y muerte de Cristo.

Aunque la imagen es muy bella, la verdad es que no sabemos con certeza los nombres de los reyes magos. Tampoco sabemos si eran tres reyes. Mucho menos sabemos si cada uno iba montado en un animal distinto. ¿Eran reyes? El evangelio de Mateo, el único donde se menciona la adoración de estos hombres provenientes de Oriente, no los llama reyes, sino magoi, palabra griega que significa “sabios”. Es probable que los reyes magos fueran astrónomos, sabios que observaban el cielo. Recordemos que los magos se enteraron del nacimiento del rey de los judíos gracias a que vieron una estrella que los guió hacia Jerusalén.

El evangelio de Mateo es bastante escueto respecto a la llegada de unos magos de Oriente. Tradicionalmente se piensa que fueron tres porque tres son los regalos que se mencionan en él: oro, incienso y mirra. Cada uno con un significado especial como ya vimos. Se les comenzó a llamar reyes gracias a una interpretación de Tertuliano a inicios del siglo III. Tertuliano, uno de los padres de la Iglesia, encontró que el salmo 72 (71):10 iba muy bien con la visita de los Magos a Jesús: “Los reyes de Tarsis y de las islas traigan presentes; los reyes de Saba y Seba ofrezcan tributo.” Esta interpretación dio pie a la identificación de los Magos del evangelio de Mateo con reyes.

El evangelio armenio de la infancia de Jesús, evangelio apócrifo, menciona los nombres de los sabios que fueron a visitarlo desde Oriente. También menciona más de tres regalos para el rey de los judíos. Y no sólo eso, habla de que cada mago llevaba consigo 4 mil hombres al momento de su llegada a Jerusalén. Esto explicaría muy bien el terror de Herodes al recibirlos y su ira por el nacimiento de Jesús.

La imagen que tenemos de los reyes magos ha ido formándose a lo largo de los siglos. Los diferentes animales que los acompañan surgen de creencias populares respecto al posible origen de cada mago: Melchor sería rey de Persia; Gaspar, rey de la India; y Baltasar, rey de Arabia. Así, cada animal representaría el origen de cada mago. La adoración de sabios no judíos alude a la universalidad del mensaje de Cristo. Los tres magos representan, por así decirlo, tres regiones del mundo conocido. ¿Y la representación de América? Pregunta difícil. Pero los Reyes Magos sí tienen lugar en México. En Tizimín, Yucatán, se encuentra el único santuario en México dedicado a los Reyes Magos. La iglesia donde se exponen las figuras de los Reyes fue construida por franciscanos en el siglo XVI. Parece que esta construcción se encuentra sobre una estructura maya que operaba como centro de peregrinaciones anuales para rendir culto a tres deidades: Yum Chac, señor de la lluvia; Yum Kaxx, señor del campo; y Yum Ik, señor del aire.

Sapere aude! ¡Atrévete a saber!

@hzagal

Profesor de la Facultad de Filosofía en la Universidad Panamericana