El Presidente hace cuentas y calcula que en 2024 puede triunfar un “presidente o presidenta” que continúe con lo que llaman la cuarta transformación.

De entrada, si algo ha caracterizado a este siglo en materia electoral es que hay una autoridad que organiza las elecciones que es confiable, no se puede anticipar el resultado y ha habido una marcada alternancia en el poder.

El presidente Andrés Manuel López Obrador es un político carismático que privilegia las decisiones personales, con la asesoría de un pequeño grupo de incondicionales y que desprecia la organización institucional civil para dejar mucho poder en la institución militar.

Cree López Obrador que será muy difícil echar para atrás sus políticas de Gobierno, porque además de estar seguro del resultado electoral del 2024, no tiene duda de la obediencia ciega del “presidente o presidenta” que dejará.

Pero esa desinstitucionalización que ha emprendido el actual Gobierno complicará las cosas para quien le suceda. Podrán adorar la figura del gran tlatoani de la 4T, pero difícilmente ese “presidente o presidenta” querrá cargar con más de uno de los personajes que rodean al actual mandatario.

Ese “presidente o presidenta” podrá hoy vivir con la cabeza agachada por tantas caravanas al poder supremo de López Obrador, pero eventualmente llenará sus venas con esa sensación de poder que le hará desplegar sus propias alas. Sea quien sea.

Además, al menos en materia económica, muchas de las decisiones unipersonales de este Gobierno están sembrando tormentas en los años por venir.

Difícilmente el Producto Interno Bruto (PIB) habrá de registrar una tasa positiva de crecimiento durante todo el sexenio. El primer año del Gobierno de López Obrador fue de recesión, el segundo fue de una gran recesión, este tercero será de un rebote insuficiente. El cuarto y quinto años apenas podrían alcanzar para recuperar el nivel que tenía el PIB en 2018 y difícilmente el sexto año compensará los cinco años previos de estancamiento.

Menos crecimiento implica menos recaudación a la par que los programas asistencialistas del actual Gobierno multiplican de forma exponencial su necesidad de más recursos públicos. Esa es una bomba de tiempo que ni su más fiel corcholata podrá resolver de una forma saludable con las finanzas públicas del país.

La inversión productiva no ha dejado de caer desde que inició la 4T y eso implica menos creación de empleos en el futuro y se siguen pateando hacia adelante problemas estructurales como la disponibilidad de recursos para mantener el sistema de pensiones.

El proyecto de Gobierno del actual régimen se sostiene en el carisma de su líder, característica irrepetible entre aquellos que por ahora aparecen como los posibles sucesores de López Obrador. La concepción de la participación del Ejército puede ser otro parteaguas en quien le suceda.

El próximo “presidente o presidenta” tendrá su propio equipo y no necesariamente habrá cabida para muchos impresentables del actual primer círculo del mandatario.

Y los focos amarillos financieros que se encienden para el país en los años por venir harán difíciles de sostener los programas asistencialistas de la 4T.

Así que, no solo los de antes, también los incondicionales podrían no ser tan maleables como se cree.

   @campossuarez