Héctor Zagal

Héctor Zagal

(profesor de la Facultad de Filosofía de la Universidad Panamericana)

Cuando estamos coléricos, cuando nos topamos con la persona que nos gusta, cuando hemos sido descubiertos diciendo una mentira, nos coloreamos de rojo, nos ruborizamos. De las heridas mana un líquido rojo; el mismo que fluye de los cuerpos abiertos de cientos de animales. Hay tierras y montañas rojizas que parecen incendiarse hacia el final del día cuando se oculta el sol, ese gigante que a veces, puede verse como un ojo inyectado de sangre, como una joya encendida que desciende a los abismos. Rojo es el color que nos acompaña, que nos delata, que es vida, pero también muerte.

El rojo es también uno de los primeros colores con los que el ser humano comenzó a experimentar. Antes de empezar a teñir ropas, los humanos primitivos pintaban en las paredes de las cuevas, rocas, estatuillas y hasta a ellos mismos. Al menos así lo creen algunos antropólogos, arqueólogos e historiadores del arte. Aunque en las pinturas rupestres podemos encontrarnos con los colores negro y hasta amarillo, lo cierto es que predominan los tonos rojizos. Esto se debe a que los tonos rojizos se conseguían de manera relativamente fácil. Estos tonos, que podemos identificar como terrosos, provienen, como su misma cualidad lo revela, de la tierra. Es el ocre, un mineral terroso, el que brindó la primera gama de colores al ser humano. Puede encontrarse mezclado con arcilla y las tonalidades pueden variar entre amarillentas, anaranjadas y rojos terrosos según sus concentraciones químicas. El rojo se obtenía, principalmente, de la hematita, mineral compuesto de óxido de hierro que al entrar en contacto con el aire durante un lapso prolongado se torna rojo. El proceso para obtener el polvillo rojo que sería usado como pigmento requería de trabajo de minería para extraer la hematita, lavarla, filtrarla, pulverizarla y después mezclarla ya sea con aceites vegetales o grasa animal para varias las tonalidades y mejorar su adherencia.

Probablemente fueron los egipcios los primeros en dominar el arte de los pigmentos y el de teñir textiles. Usaban el óxido de hierro de la hematita, pero también el cinabrio, mineral compuesto de sulfuro de mercurio, para teñir las telas que envolvían a aquellos que habían sido momificados. Después, los fenicios se hicieron famosos como tintoreros por la púrpura, colorante que obtenían de un molusco del género Murex. Pero un rojo brillante sólo podía obtenerse de un grupo de insectos de la superfamilia Coccoidea a los que comúnmente se les conoce como cochinillas. Una de estas cochinillas, conocida como quermes, era ya conocida en el mundo antiguo, especialmente por los fenicios. Este tipo de cochinilla podía encontrarse en un arbusto originario del Mediterráneo. Plinio el Viejo, historiador romano del siglo I d.C., habla del color rojo obtenido de este insecto como un pigmento “reservado para los trajes militares de nuestros generales” (sic).

No sólo el insecto quermes teñía los textiles europeos, otros insectos como la “cochinilla polaca” y la “cochinilla armenia” (que pertenecen a otro género de insectos) también eran utilizados. Sin embargo, todos estos pigmentos palidecieron ante un nuevo insecto, capaz de brindar tonos rojos brillantes como ningún otro: la grana cochinilla. Su nombre científico es Dactylopis coccus y pertenece a la superfamilia Coccoidea, como la cochinilla conocida por los fenicios. Los mexicas la conocían como nocheztli y parece que significa “sangre de nopal”.

Como especie silvestre, la grana cochinilla es una plaga del nopal. El insecto domesticado es más grande y se distribuye de forma más separada en el nopal lo que hace más sencilla su recolección. Se cree que su uso como pigmento era conocido en el actual México y en América del sur desde el siglo II a.C. El pigmento de estos insectos únicamente puede obtenerse de las hembras, quienes usan esta sustancia conocida, como ácido carmínico, para defenderse de depredadores como las hormigas. Antes de la llegada de los españoles, la grana cochinilla eran esenciales para teñir ropas usadas en rituales o ceremonias importantes tanto en México como en Perú. La grana cochinilla era tan valiosa que formaba parte del tributo obligatorio a los mexicas de parte del pueblo mixteco en el noroeste de Oaxaca, y del pueblo zapoteco, en el centro del valle de Oaxaca.

La grana cochinilla hechizó a los tintoreros europeos. El rojo obtenido de este nuevo insecto serviría para vestir de una renovada dignidad a las jerarquías europeas, tanto eclesiásticas como monárquicas. En la mano de pintores, este rojo revitalizaría el arte de la época y de los siguientes tres siglos. Después del oro y de la plata, la grana cochinilla era el producto más exportado de Nueva España. Actualmente se usa grana cochinilla como colorante de alimentos, pero también para teñir muebles de madera.

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@hzagal

Profesor de la Facultad de Filosofía en la Universidad Panamericana