Héctor Zagal

Héctor Zagal

(Profesor de la Facultad de Filosofía, Universidad Panamericana)

¿Les gustan los spa? Estos establecimientos ofrecen tratamientos y terapias relajantes y curativas teniendo como base principal el uso de agua. Aunque actualmente los spa ofrecen otras amenidades como masajes sin necesidad del uso de agua y tratamientos para la piel, el elemento fundamental de los spa es el agua, especialmente si tiene propiedades especiales o curativas. ¿Por qué? ¿Qué historia hay detrás de ellos? Empecemos por el origen de la palabra ‘spa’. Algunos dicen que son las siglas de Sanitas Per Aquas, “la salud por las aguas”. O las siglas de Sanare Per Aquam, “sanar por el agua”. Otros dicen que son las siglas de Sanus Per Aquam, “sano por el agua”. Otros dicen que el origen latino de la palabra ‘spa’ es puro cuento.

Parece que el origen auténtico, y el que recoge la RAE, es el nombre de una ciudad de la provincia de Lieja, en Bélgica: Spa, tal cual. La ciudad es un centro turístico muy popular por sus manantiales de agua mineral. Es probable que los antiguos romanos ya conocieran estos manantiales y que les atribuyeran propiedades terapéuticas. Plinio el Viejo (s. I d.C.) escribió en su Historia natural sobre una ciudad “en la Galia, [que] tiene una fuente famosa que bulle con muchas burbujas, de sabor ferruginoso, lo que no se nota sino al final de haber bebido. Purga el cuerpo, cura las fiebres tercianas y deshace la piedra del riñón.” Algunas de las propiedades curativas de las aguas minerales puedan ser dudosas, pero lo cierto es que agua “que bulle con muchas burbujas” suena bien. Creo que habría sido una experiencia similar a la de sumergirse en una piscina de hidromasaje.

Por lo general, el duchazo que nos damos tiene como objetivo mantenernos limpios, quitarnos impurezas que puedan provocar algún problema de salud o un mal aroma. La ducha tiene como razón principal preservar la higiene y ésta se encuentra íntimamente relacionada con preservar la salud y prevenir enfermedades. La palabra ‘higiene’ viene del nombre de Higía, o Higea, una diosa griega. Higía era una de las hijas de Asclepio, dios de la medicina, y hermana de Telésforo, Yaso y Panacea. Cada uno de estos tres dioses representaba una etapa distinta del proceso para recuperar la salud: Telésforo simbolizaba la recuperación de una enfermedad; Yaso simbolizaba la curación; y Panacea era símbolo de la fabricación de fármacos. Higía estaba asociada a la prevención de las enfermedades y al mantenimiento de la salud a través de la limpieza, es decir, de la higiene. Higía solía ser representada bebiendo desde una copa o dando de comer a una serpiente enroscada en su cuerpo. A partir de estas representaciones se creó el símbolo de la copa de Higía y se ha utilizado como imagen de farmacias en algunos países.

El agua ha estado relacionada con la limpieza corporal, pero también la espiritual. Los baños rituales tienen como objetivo purificar el espíritu para poder entrar ya sea a un templo o para estar en mejores condiciones para recibir algún mensaje divino. Aunque también un buen baño podría ser un remedio contra la tristeza. El teólogo y filósofo Tomás de Aquino (1225-1274) proponía tomar un baño y una siesta para paliar la tristeza. La tristeza, para Tomás de Aquino, es una suerte de fatiga o enfermedad de nuestros apetitos o deseos. Para curarnos de la tristeza, tenemos que encontrar manera de deleitarnos y de recobrar vitalidad. Los baños calientes, los vapores que abren nuestros poros permitiendo la emergencia y expulsión de impurezas y los aceites que pueden perfumar el agua, nos generan placer, nos deleitan. Por ello pueden mitigar la tristeza, expulsarla. Al menos eso pensaba, Tomás.

Esos duchazos rápidos que nos damos para limpiar nuestro cuerpo también pueden ser momentos de delectación y de cuidado del ánimo. Consentir al cuerpo puede ser una manera de consentir el espíritu.

Sapere aude! ¡Atrévete a saber!

@hzagal

Profesor de la Facultad de Filosofía en la Universidad Panamericana