Agarras el teléfono y con tiempo, porque últimamente la cosa está lenta, pides el coche. Ocho minutos. Eso sí, rápido, pero rápido en serio, la aplicación te hace un cargo que, también últimamente, está pasadito de lanza. Digamos que 400 pesos entre San Ángel y Polanco, para ir a un caso real. Ni modo. Es una cosa de trabajo. Te acabas de vestir; te echas agua en la cara por cuarta ocasión porque la siesta te dejó noqueado; te pones desodorante no sabes si por primera o segunda vez, por lo mismo; te amarras los zapatos, momento en que notas que andan muy en la moda presidencial, o sea, con lamparones, y les pasas la esponja con cera y volteas al teléfono a ver cómo va Uber. Ahora la aplicación dice que 11 minutos: “Está terminando un servicio cerca”. Te armas de paciencia, te echas loción, agarras la chamarra, guardas un cubrebocas, encuentras por fin las llaves, y descubres que el “socio conductor” canceló el viaje. Gentilmente, la aplicación ya se encargó de buscarte otro coche. Va a tardar 15 minutos. Cuando por fin llegas a la junta, 20 minutos tarde, la pantalla de tu teléfono te va a pedir que califiques el servicio y que le pases una lanita extra al conductor. A propósito, ese lujo que se dio el primer chofer, el de cancelar el servicio porque le salió uno más cerca, porque esos tacos se ven buenísimos o porque qué hueva, no te lo puedes dar tú. Como canceles, te aplican un cargo.

Uber es el ejemplo más claro de lo que, a falta de un término más preciso, llamaré “gandallismo tecnológico”. Porque si algo hemos descubierto con la pandemia es que la tecnología puede ser una fuente de abusos e ineficiencia. Ejemplos sobran. ¿Has tratado, por ejemplo, de “verificar” su método de pago con CornerShop? Tantita mala suerte y te toma tres meses. O los bancos: te obligan a bajar una app y hacer tus compras con una tarjeta digital para terminar por bloquearte de todas formas la cuenta por “seguridad”.

“El doctor Patán le tiene fobia a la tecnología. Se ha hecho viejo”, dirán. La verdad es que no. El título de esta columna es engañoso. Hace unas semanas, decidí pagar un taxi del aeropuerto. Resultado: una hora de explicarle al conductor cómo llegar a Altavista, que no es exactamente el secreto mejor guardado de la ciudad. Una hora de mal humor del taxista, coronada con un rodeo absurdo: tomé una llamada y me descuidé, digamos, dos minutos. No. Uso, siempre que puedo, la tecnología. Y es que nada te reconcilia más con ella que tratar directamente con otros seres humanos.

@juliopatan09