Según la película de Kubrick, 2001: Odisea del espacio (1968), deberíamos ya, para esos años, haber tenido estaciones en órbita con gravedad simulada, donde algunos terrícolas viajarían a Júpiter y se enfrentarían a las paradojas de la inteligencia artificial. Tendríamos como “amigo” a HAL, un siniestro y manipulador robot que, con su frialdad de transistores nos manipularía escudado por una tenue y titilante luz roja, como una especie de mecánica respiración o corazón artificial.

Metafóricamente estaríamos dando un salto similar al que sucedió cuando los homínidos se transformaron en Homo Sapiens, ese momento en el que se dieron cuenta que podían transformar su entorno inmediato con sus manos. Que ya no tendrían que vivir a merced de los elementos ya que estos eran susceptibles de controlarse y aprovecharse: herramientas, armas, fuego y eventualmente el lenguaje. Así, los seres humanos del siglo XXI, habríamos podido ya dar ese paso cuántico evolutivo hacia la inteligencia artificial.

Sin embargo, como Julio Verne, Arthur C. Clarke, Asimov y tantos otros escritores del género, la ciencia ficción, aunque no logra predecir el futuro tal cual, sí plantea dilemas filosóficos que nos enfrentan a lo que podría ser la vida dentro de muchos años, incluso, hay veces que más que predictivos se vuelven la inspiración para inventos y fantasías llevadas a la realidad por científicos que crecieron con esos relatos y que, una vez que tienen la posibilidad, materializan esos sueños imposibles en inventos concretos.

Aunque ya pasaron unos 20 años de la fatídica fecha de la que habla la genial obra maestra de Kubrick, no estamos realmente viajando cómodamente a los gigantes gaseosos del Sistema Solar todavía, ni la inteligencia artificial ha evolucionado al punto del súper computador HAL. Lo que esos escritores de hace casi 80 años no imaginaron, es que antes de la era del espacio, que realmente va a paso mucho más lento, la verdadera revolución sería la de la información, que es parte de la revolución del entretenimiento.

El piloto de la nave del filme en cuestión tenía muchas menos oportunidades de esparcimiento audiovisual que las que tiene hoy en día un niño con una tableta. Pocos imaginaron que el contenido, el video, la fotografía, el audio, etc. Llegarían como un océano infinito de unos y ceros, transformados por nuestros ordenadores portátiles en películas, series, programas de TV y claro, videos de gatos, memes, e incluso NTFs.

Lo que era aún menos predecible es que, si el universo resultará inalcanzable, si la física no fuera capaz aún de ponerse a nuestro servicio porque distancias inabarcables, radiación, falta de oxígeno y gravedad nos impidieran esos viajes interestelares. Los homo-sapiens, así como los de la película, usaremos las herramientas que tenemos para viajar al universo, más en concreto al metaverso. Ese universo creado por nosotros mismos, ayudados por los procesadores nanométricos, el big data, la inteligencia artificial y el internet; un lugar virtual donde seremos amos y señores. Capaces, antes de lo que nadie se habría imaginado, de vivir, trabajar, ganar dinero, relacionarnos, divertirnos y muchas posibilidades más que aún no conocemos.

¿Tendremos el ímpetu de viajar al espacio al existir todas esas posibilidades aquí, en la Tierra?

¿Será ese metaverso el principio o el fin de nuestro siguiente salto cuántico como especie?

O se quedará como tantas otras revoluciones de las que hemos hablado: En el disco duro de la historia. 

@pabloaura