El problema de que no exista la democracia interna en la mayoría de los partidos mexicanos—digamos, un sistema de primarias—, es que el ascenso de alguien depende enteramente del líder. Este arreglo premia la lealtad ciega y la complicidad, al tiempo que minimiza el rol de los militantes y simpatizantes, quienes, al final, constituyen el partido.

Este problema se refleja fielmente en MORENA. López Obrador, un hombre que ama ser adulado y que exige lealtad ciega para con su proyecto, tiene todo el poder de decisión sobre la candidatura presidencial de su partido—no, no es normal en ninguna democracia respetable—. Por ende, la contienda entre Marcelo Ebrard y Claudia Sheinbaum para hacerse con la candidatura se convertirá, con el tiempo, en un abierto concurso de lamidas.

¿Cómo lo sé? Por dos cosas. La primera es la cultura política en MORENA. Allí avanza más quien más lame al presidente. Por eso vemos incluso a cuadros jóvenes como Antonio Attolini comparando a López Obrador con Jesucristo. Y es que las lamidas hiperbólicas se traducen en cargos y candidaturas, porque eso premia el tabasqueño. Parafraseando a Gabriel Zaid, la lambisconería no es parte del sistema morenista; es el sistema mismo.

La segunda razón es que el concurso de lamidas ya comenzó, y la Jefa de Gobierno lleva ventaja. La semana pasada declaró: “Yo jamás voy a traicionar de donde vengo; jamás. Somos parte del mismo movimiento”, en referencia a que siempre apoyará lo que diga el presidente—al parecer, sin importar si es bueno o malo para el país—. Sheinbaum estaba transmitiendo que, de ser la ungida, obedecería puntualmente los dictados del tabasqueño.

Ebrard, por otra lado, va lento. Su lambisconería es menos pública y menos dramática. Para trabajar con un presidente que ama ser comparado con los fundadores de la Patria y que se cree el padre moral de Latinoamérica, esto es un error. El canciller debe enfocarse el lamer con mayor frecuencia e intensidad. Asimismo, deberá innovar; buscar nuevas formas de lambisconería—la competencia, como ya vimos, es feroz y permanente—.

Por ejemplo, Ebrard haría bien en declarar que López Obrador es “más grande que Juárez, Morelos e Hidalgo juntos”; que “debería ser presidente de Latinoamérica”; o proponerlo como el siguiente Secretario General de la ONU para que “lleve su transformación a todos los rincones del planeta”. También podría adoptar a un niño en situación de calle—o tener uno biológico—y llamarlo Andrés Manuel Ebrard. Esa sí sería una lamida innovadora.

@AlonsoTamez