México, 1492.

Sonriente, el hombre levanta la mirada de los quelites, piensa en el atracón sano, orgánico, sustentable, que se va a dar al rato con ese maíz libre de transgénicos y lleno de sabiduría ancestral, y observa con orgullo las pirámides recortadas contra el horizonte. No lo sabe, pero en el futuro habrá patriotas –actores, políticos, no primeras damas, legisladoras– que sabrán explicarle a sus descendientes, el pueblo bueno, que esas pirámides eran mucho más bonitas que, por ejemplo, Notre Dame.

Deleitados, con esa risa ingenua, pura, inocente que –están a punto de descubrir– no tienen los occidentales, criaturas malignas y envenenadas con carne de puerco y aspiracionismo, los niños destinados a mandar aprenden en el calmecac las virtudes de la guerra florida y los sacrificios humanos.

El cempasúchil florea por todos lados. Huele delicioso y se ve retebonito. Los españoles –que son, entre los occidentales, los peores– palidecerán de envidia, y por eso, por envidia, se dedicarán al saqueo y el genocidio. Es que, desde siempre, los extranjeros están resentidos con nosotros, los mexicanos, por nuestra riqueza cultural y la abundancia de recursos naturales con que nos bendijeron los dioses.

La música de caracolas inunda el ambiente.

Más lejos, unos jóvenes practican el juego de pelota, que es mucho mejor que el futbol o el basquet, y –nos lo enseñará un líder único, un Tlatoani llegado del sur, muchos siglos después, a restaurar la grandeza de Tenochtitlán, recuperar la rectoría del Estado y convertirse en un líder mundial– casi tan bueno como el beisbol.

Sentado en la tierra, concentradísimo, un hombre talla con virtuosismo la obsidiana. Él tampoco puede saberlo, pero ahí mismo, siglos después, una Tlatoani (¿tlatoana?), heredera de la tradición feminista mexica, quitará la estatua original de ese carnicero genovés que encarna al heteropatriarcado tóxico, y pondrá la réplica de otra estatua, la de una mujer indígena que vivió varios cientos de kilómetros al sur. Jubiloso, el pueblo celebrará que ha sido descolonizado.

El tzompantli se ve espectacular. La última remesa de tlaxcaltecas decapitados cayó como anillo al dedo.

Los volcanes, ese día, están tranquilos. Los dioses están contentos.

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¿Te gustó la historia de nuestros antepasados? En el siguiente capítulo, aprenderemos cómo uno de sus descendientes logró convertirse en el segundo mejor Presidente de la historia y le puso nombre al padre fundador del fascismo europeo.

 

@juliopatan09