El pensamiento engendra al tiempo

Jiddu Krishnamurti

No existe el tiempo como algo externo al ser humano. Es nuestra creación. Es memoria de la continuidad, del devenir individual o colectivo.

Todos, además, lo experimentamos diferente a los demás, incluso distinto de un día para otro, o hasta de un momento para otro. Se nos va rápido o se nos va lento, aunque la mayor parte del tiempo no somos conscientes de cómo transcurre.

Si estamos aburriéndonos, el tiempo pasará para nosotros muy lentamente, pero si nos divertimos seguramente tendremos la sensación de que se nos está acabando rápido.

Paradójicamente, a largo plazo, recordaremos poco los momentos de aburrimiento, de manera que ese tiempo habrá pasado “volando” o “desaparecerá”, mientras que aquél en que experimentamos placer y felicidad será más presente, de manera que lo sentiremos más prolongado.

Si al pasar de los años tuvimos variadas experiencias, cuando hagamos memoria sentiremos que ha sido larga nuestra vida, pero si predominó la monotonía, no nos daremos cuenta a qué hora se nos fue.

Sin embargo, la monotonía y la variedad no dependen de lo que nos sucede, sino de lo que conscientemente experimentamos, de aquellos momentos en los que somos capaces de estar por completo presentes.

Así pues, la forma en que pasa el tiempo para nosotros, tanto si lo estamos notando al momento, como si lo evocamos, tiene que ver con la atención que ponemos al suceso, con el registro de nuestros “aquí y ahora”.

Esto podría parecer obvio, si no fuera porque la mayor parte del tiempo la mayoría de nosotros vivimos dentro de nuestra cabeza, es decir, pocos estamos atentos a los hechos, a lo que pasa en nuestro exterior.

Con el refuerzo que nos ofrece la tecnología, vamos todo el tiempo por ahí con la cabeza hecha un caos, llena de ideas que se suceden unas a las otras, muchas veces sin conexión, en una explosión incontrolable. Decía el dramaturgo español Jacinto de Benavente: “Si la gente nos oyera los pensamientos, pocos escaparíamos de estar encerrados por locos”.

Esta hiperactividad mental se llama taquipsiquia o síndrome del pensamiento acelerado. Es la responsable de que se nos esté yendo la vida sin que nos demos cuenta, porque no estamos en ella.

Es lo que nos tiene como al conejo de Alicia en el País de las Maravillas, corriendo, corriendo, corriendo y hablando solos, con prisa interna sin motivo.

Hablamos, no de una patología, sino de un trastorno cuantitativo de velocidad del pensamiento, hoy cada vez más común, por la sobreestimulación cerebral y la cantidad de información a que estamos expuestos.

Es fácil de identificar en gente que padece verborrea, pero muy difícil en la que habla poco. A ésta se le nota cuando nos damos cuenta de que su tolerancia a escuchar no pasa de 5 minutos.

El síndrome del pensamiento acelerado nos impide estar presentes en nuestras propias vidas. Solo estamos oyendo todas las voces que hay en nuestra mente, miles y miles de pensamientos inconclusos, superponiéndose unos a otros a velocidad de la luz.

El mitote, le llama el chamán tolteca Miguel Ruiz a este vocerío. El enemigo íntimo, le nombra el filósofo y maestro espiritual Guy Finley.

El mitote o enemigo íntimo nos roba la vida, la tranquilidad, el amor, la seguridad. Es la voz del miedo entrada en pánico. Nos desgasta física y mentalmente. Nos aisla, pues nos impide la experiencia de la conexión con otros, porque estamos muy ocupados pensando.

He aquí algunos de sus síntomas: ansiedad, dificultad para concentrarse, pequeños lapsos de memoria de forma frecuente, cansancio excesivo o constante sobreexcitación, dificultad para conciliar el sueño y para descansar suficiente, irritabilidad, inquietud, intolerancia a ser contrariado, cambio de humor repentino, insatisfacción constante, síntomas psicosomáticos como dolor de cabeza o muscular, caída de cabello y gastritis, por ejemplo.

Oigo los veintes caer, así que en la próxima entrega hablaremos de la solución.

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@F_DeLasFuentes