“Quién se dedica a la política, persigue una idea de su propia inmortalidad”
Kenneth Minogue

Recientemente, López Obrador se ha mostrado algo melancólico. Durante su discurso por la
entrega del Tercer Informe de Gobierno, el presidente afirmó, con un dejo de nostalgia y
seriedad, que “es tan importante lo logrado (por su gobierno), que hasta podría dejar ahora
mismo la Presidencia sin sentirme mal con mi conciencia”. Fue un comentario innecesario
que lo hizo ver cansado, ya que le quedan tres años en Palacio Nacional. Días después, volvió
a referirse al futuro y a sus deseos postpresidencia, en tono lúgubre: “Tengo escrito en mi
testamento que no quiero que se use mi nombre para una calle, para una estatua, para nada”.

Parece que López Obrador ha estado pensando mucho en el futuro y en su legado, o al menos
más que de costumbre. Seguramente sabe que su tiempo político y mortal (como el de todos)
se reduce y que los problemas del país siguen siendo enormes. Sin embargo, el estado de
ánimo general del presidente podría ser problemático en términos de gestión nacional.

Por un lado, López Obrador podría tomar una actitud cínica, desinteresada e incluso
sombría. Convertirse en un mandatario esencialmente nostálgico e incluso desencantado, que
lo único que espera es terminar su administración. Esto minimizaría el daño obradorista para
México, ya que entregaría sus obras caras e innecesarias, sin mucho mayor ímpetu para
“transformar”. Con su iniciativa por los suelos, México ganaría (o bien, dejaría de perder).

En cambio, si el presidente renueva su emoción por gobernar y “transformar”, el daño al país
sería grande. Como le queda poco tiempo (en términos nacionales) en la silla del águila, un
López Obrador de renovados bríos y esperanzas se vería orillado a la demagogia y al
cortoplacismo, para satisfacer una falsa sensación de “estar dando resultados”.

En un escenario así, probablemente se desperdiciarían miles de millones de pesos en políticas
con el solo objetivo de que López Obrador se sintiera amado, sin importar la transparencia, la
ley o la eficiencia. Justamente a esto me refiero con demagogia y cortoplacismo.

En términos humanos, espero que el presidente no esté demasiado melancólico y nostálgico.

Uno se deprime fácilmente pensando mucho en el pasado o en el futuro. En mi caso, solo
espero que López Obrador termine su desastroso sexenio cuando lo marca la ley, con ánimos
moderados. Es decir, que no lo orillen a gobernar desde el hartazgo mental, pero tampocodesde la ansiedad por querer hacer todo lo posible para ser amado y recordado. Que termine,que se vaya, y que tenga una larga y feliz vida en paz. Ya ha hecho demasiado daño.

 

LEG